miércoles, 16 de noviembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 34

Milagrosamente, Sergio Henley, residente de Forever y único mecánico del pueblo, tenía varios juegos de cadenas para neumáticos. Las tenía guardadas en su almacén, donde habían estado desde que las trasladara con él años atrás desde su antigua tienda en Utah. Por tanto, tenían cadenas suficientes para el 4x4 de la señorita Joan, para la camioneta de José Lone Wolf y para el camión que la señorita Joan había confiscado en un garaje de Pine Ridge el día anterior. Pero colocar las cadenas en los vehículos llevó su tiempo. Así que, mientras Paula esperaba a que estuvieran listos, la señorita Joan le pidió que siguiera atendiendo a los clientes que entraban a tomar un desayuno rápido o uno lento y relajado, dado que era sábado y no tenían otro sitio al que ir. 


Paula intentaba calmar el entusiasmo que sentía por todo el cuerpo, pero no estaba teniendo mucho éxito. Además de eso, le parecía que el local estaba especialmente abarrotado para ser sábado por la mañana, y Nadia ya llevaba veinte minutos de retraso. Conocía a todos por su nombre y por su pedido. Poco después de empezar a trabajar allí, había descubierto que la mayoría de la gente era predecible. Si encontraban algo que les gustaba, se aferraban a ello en vez de experimentar y probar otras cosas. Suponía que ella hacía lo mismo consigo misma. En su caso no era a la comida a lo que se aferraba, sino al amor. Concretamente, al amor por Pedro. Echando la vista atrás, no recordaba haber sentido atracción por otro chico u otro hombre desde que viera por primera vez al pequeño de los Alfonso. Y dudaba que alguna vez fuese a sentirla. Con frecuencia miraba a través de la ventana para ver cómo iba Sergio con las cadenas. Tenía la mente dividida entre lo que pasaba dentro de la cafetería y lo que pasaba fuera. Estaba tan ocupada que estuvo a punto de servir el café fuera de la taza de Gabriel Alfonso en vez de dentro.  Se sonrojó al darse cuenta de que el hermano de Pedro movía la mano ligeramente hacia la izquierda para que el café entrase dentro de la taza.


 –Oh, Dios. Lo siento mucho, Gabriel –le dijo, horrorizada por lo que había estado a punto de hacer. Al no prestar atención podría haberle quemado la mano. Normalmente se le daba mejor hacer varias cosas a la vez.

 

–No pasa nada –le aseguró Gabriel–. ¿Qué es lo que tanto llama tu atención? –preguntó mirando por la misma ventana por la que había estado mirando ella.

 

–Es que estoy esperando a que Sergio termine de poner las cadenas al coche de la señorita Joan y a los demás vehículos –le explicó a uno de los tres ayudantes del sheriff.


 –¿Para qué necesita cadenas la señorita Joan? –preguntó Gabriel, y en esa ocasión giró el taburete para mirar hacia donde Paula estaba mirando–. Ah, espera –de pronto lo recordó, antes de poder ver exactamente lo que el mecánico estaba haciendo–. Hoy es cuando va a buscar el árbol para el pueblo, ¿Verdad? –volvió a mirar a la sonrojada camarera–. Y tú eres una de las personas que ha elegido para que vaya con ella este año, ¿No es así? – Paula se limitó a asentir con la cabeza–. ¿Y sabes quién más va este año?

 

Paula enumeró algunos nombres y dejó a Pedro para el final, con la esperanza de sonar despreocupada, o al menos indiferente. Supo entonces que su futuro no estaba en el mundo de la interpretación. Pero, si Gabriel sospechaba que le gustaba su hermano, no lo demostró ni dijo nada al respecto. En su lugar, el ayudante del sheriff siguió hablando como si nada. 

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