lunes, 21 de noviembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 41

 –¿Estás bien? –le preguntó Pedro, todavía algo asombrado y sin intentar levantarse.

 

Paula se quedó mirándolo a los ojos.

 

–Nunca he estado mejor –susurró, y le sorprendió que sus palabras resultaran audibles, pues competían con los latidos desbocados de su corazón.


 –No te he hecho daño, ¿Verdad?

 

Sin dejar de mirarlo, Paula negó con la cabeza. Sentía como si todo su cuerpo estuviera en llamas. No pudo evitar preguntarse si sería eso lo que se sentía. Lo que se sentía al desear a alguien de verdad. Nunca había tenido intimidad con nadie; no le parecía que tuviera sentido. Nunca había sentido por nadie algo lo suficientemente especial como para experimentar aquel momento de intimidad entre dos personas. Le había entregado su corazón a Pedro desde el principio y nunca se había molestado en intentar recuperarlo. Ahora entendía por qué. Porque se habría perdido aquello, aquel torrente de adrenalina que recorrió su cuerpo al estar tan cerca de él. Y resultaba tremendamente íntimo.


 Pedro sabía que debía levantarse antes de que alguien mirase hacia allá y los viese en esa posición. Antes de que la señorita Joan se acercarse e hiciese uno de sus comentarios enigmáticos y sarcásticos. Aquello no era más que un accidente, el resultado de un tropiezo. Si continuaban así, se convertiría en otra cosa y él estaría aprovechándose de la situación. Pero el resto de su cuerpo no parecía hacer caso a lo que le decía su cabeza. En vez de ponerse en pie, siguió tumbado encima de Paula, no para protegerla, sino para saborear y absorber el calor de su cuerpo incluso a través de las múltiples capas de ropa que ambos llevaban. A los pocos segundos, en vez de levantarse, en vez de ofrecerle la mano, Pedro le rodeó la cara con las manos y la besó. Si era posible experimentar un Cuatro de Julio a principios de diciembre, debía de ser algo parecido a aquello. Probar su boca fue como si un sinfín de fuegos artificiales explotaran a su alrededor. Eso le hizo aumentar la presión del beso y desearla más. ¿Desearla? ¿Qué diablos le pasaba? Aquella era Paula. Era a Paula a la que deseaba con todo su cuerpo. Paula, que había sido como otra hermana para él. Paula, con la que había ido a nadar desnudo cuando eran pequeños. Y aun así era como si no fuera Paula, al menos no esa Paula. Aquella mujer era alguien que despertaba su deseo como ninguna otra mujer antes.  Y eso le daba miedo. Le asustaba, pero no lo suficiente como para huir, ni siquiera lo suficiente como para apartar la boca. 

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