lunes, 28 de noviembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 58

 –¿Gemelos? –repitió Pedro–. ¿Dos bebés? –se quedó mirándola como si acabara de decirle que habían llegado los extraterrestres de Marte–. ¿Estás segura?


 Era asombroso que los hombres cuestionaran ciertas cosas. ¿Acaso pensaba que no sabía contar?

 

–Los he traído al mundo uno detrás de otro, así que sí, estoy segura. ¿Cómo llamarías tú a dos bebés que nacen con pocos minutos de diferencia?

 

–Una sorpresa –respondió Pedro automáticamente–. Oh, Dios mío. Cristian no sabe que ha dado a luz ya, ¿Verdad?

 

–No. A no ser que haya una cámara oculta en el lavabo de señoras. ¿Puedes ir a buscarlo? –le preguntó ella–. Y ya de paso averigua por qué el doctor Davenport tarda tanto. Iría yo, pero ahora mismo estoy un poquito agotada –confesó.


 –Soy un idiota –se dió cuenta Pedro en ese instante. Se había quedado tan sorprendido por la noticia y tan preocupado por su hermana que había ignorado que Paula había ayudado a Luciana cuando esta más lo necesitaba–. ¿Quieres algo? –preguntó. Miró a su alrededor para ver qué podría ofrecerle, pero no estaba muy familiarizado con la cafetería más allá de la zona de la barra.


 Paula se quedó sorprendida y conmovida por la pregunta de Pedro. Le quitó importancia, aunque en el fondo le hacía ilusión. Probablemente él no supiera lo dulce que estaba siendo, pero no importaba. Ella lo sabía, y eso era lo único que importaba.


 –No, estoy bien –le dijo–. Luciana ha hecho todo el trabajo duro. Yo solo le he dado instrucciones. Pero, si pudieras traer al médico y a Cristian, eso aseguraría el bienestar de Luciana en todos los aspectos. Parece estar bien, pero oírselo decir al doctor Davenport hará que se sienta mejor.

 

Pedro asintió y se dirigió hacia la puerta, pero, antes de salir, se dió la vuelta y regresó junto a ella. Sorprendida, Paula lo miró con incertidumbre. 


–¿Ocurre algo?

 

–No, nada –entonces la agarró por los hombros y le dio un beso en los labios–. ¡Eres la mejor! –declaró con entusiasmo.

 

Después la soltó y salió por la puerta mientras a ella el corazón amenazaba con salírsele del pecho. Si antes no le temblaban las rodillas, ahora sin duda lo hacían. Antes era debido a la tensión. Cierto que sabía lo que hacía y, gracias a sus estudios y al parto de Camila, tenía más experiencia que cualquier persona normal a la hora de ayudar a una mujer en el doloroso proceso de dar a luz. Pero siempre existía el peligro de que algo saliese mal, de que entrase una variable imprevista en la ecuación. Sin embargo, ahora las rodillas le temblaban como si fueran de mantequilla porque Pedro acababa de besarla y le había dicho que era la mejor. Sabía que la razón por la que había ocurrido era que Pedro se sentía aliviado de que su hermana estuviera bien y agradecido porque ella hubiera ayudado a Luciana en vez de venirse abajo como podría haberle pasado a cualquier otra persona, sobre todo al tener que traer al mundo a dos bebés, no solo a uno. Pero, fuera cual fuera la razón, la había besado y había dicho esas palabras mágicas. Palabras que hacían que se sintiera especial, aunque solo fuera por unos segundos. 

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