miércoles, 9 de noviembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 18

  –¡Eh, ahí está! –le gritó a Paula al ver a Nadia.


 Dado que no estaba mirándola, ella no le oyó.

 

–¿Qué? –preguntó Paula.

 

Pedro se dió la vuelta para que pudiera ver sus labios al hablar.

 

–He encontrado a Nadia y a las demás.

 

–Genial –respondió ella, y le dirigió una sonrisa de agradecimiento que en realidad no sentía.


 Todo lo bueno llegaba a su fin. Siempre lo había sabido, pero había albergado la esperanza de que, en aquel caso, el final tardase más en llegar. Claro, que tampoco había planeado salir, así que cualquier tiempo que pasara con Pedro ya era más de lo esperado. Él volvió a darle la mano y la guió por entre la masa de cuerpos. Pero ella no les prestó atención; y tampoco prestó atención a Nadia. En aquel momento, lo único que importaba era que Pedro estaba dándole la mano. Y entonces dejó de hacerlo. Al instante, Paula se dió cuenta de por qué. Nadia, Cinthia y Renata estaban justo delante de ella.

 

–Muy bien –le dijo Pedro–. Que te diviertas. Es una orden, ¿Entendido?

 

–Entendido –respondió ella con otra sonrisa falsa.


 Segundos más tarde, Pedro ya había desaparecido entre la gente.

 

–No puedo creerme que hayas venido –estaba diciendo Nadia con entusiasmo mientras entrelazaba el brazo con el de ella–. Tenemos una mesa allí –señaló algo en la distancia, aunque podría haber estado señalando a un canguro–. Puedes dejar el abrigo y el bolso allí –añadió mientras la arrastraba hacia la mesa–. Para que puedas socializar mejor cuando llegue el momento.

 

Paula no tenía intención de socializar, pero decir aquello en aquel punto de la noche sería buscarse problemas. Así que se limitó a seguir a Nadia hasta la mesa. Cuando llegaron, se quitó el abrigo y lo dejó en el respaldo de una silla. El bolso se lo quedó. ¿Quién sabía cuándo podría necesitar lo que llevaba dentro? Al volverse hacia Nadia, vió su mirada de sorpresa y de apreciación.


 –Vaya. No me extraña que no quisieras que te prestara uno de mis vestidos –dijo su amiga con una sonrisa–. Qué callado te lo tenías, Paula.


 Paula se quedó mirándola sin saber de qué estaba hablando.

 

–¿A qué te refieres?


 –Nunca habría imaginado que tuvieras algo tan especial –contestó Nadia señalando el vestido–. Estás sensacional –agregó con el entusiasmo de una verdadera amiga. No había una pizca de celos en su voz–. No te va a costar ningún esfuerzo llamar la atención de los hombres.


 En ese instante, saltaron todas las alarmas de su cabeza. Aquella no iba a ser la noche tranquila que quería que fuese.

 

–No quiero llamar la atención de nadie –insistió–. Solo he venido a escuchar la música.

 

–Esa no es la única razón por la que has venido. Y menos con ese vestido.

 

Paula sabía que no debería haber ido. Estaba exponiéndose a muchos problemas; problemas para los que no tenía tiempo ni paciencia. Lo bueno ya había acabado, pensó apesadumbrada. 

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