miércoles, 23 de noviembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 49

Su madre murmuró algo en voz baja sobre que no dependía todo de ella, pero Paula estaba decidida a marcharse cuando todavía tenía ventaja. Quería mucho a su madre, pero Alejandra Chaves podía matar a una persona de aburrimiento cuando empezaba a hablar de un tema. Y, en ese momento, ella tenía la energía justa para irse a trabajar y no quedarse dormida. Tenía todo el día por delante. Si perdía el tiempo discutiendo con su madre, eso le absorbería la energía necesaria para trabajar, para estudiar esa noche y para dedicarle a Camila algo de tiempo. «¿Y qué pasa contigo? ¿Cuándo tienes tiempo para tí?», preguntó una vocecilla en su cabeza. Lo que había descubierto sobre las vocecillas era que podía ignorarlas si quería. Era todo cuestión de proponérselo.


 –Defiende el fuerte hasta que yo vuelva, mamá –le dijo a su madre antes de volver a darle un beso en la mejilla–. Hablaremos de esto entonces.

 

–No, no lo haremos –predijo Alejandra mientras Paula salía de casa.

 

«De nuevo tienes razón, mamá», pensó ella. Caminó velozmente hacia la cafetería. Pasó por la plaza y vió el precioso árbol de Navidad, que se alzaba como un enorme centinela. Todos los adornos estaban colgados ya; si no todos con sumo cuidado, al menos sí con sumo cariño. Sonrió al pasar frente a él. Para ella el árbol era un símbolo de la armonía que existía en Forever. Le encantaba vivir en un pueblo que tuviera tradiciones como aquella. En el fondo de su corazón sentía pena por la gente que vivía en las grandes ciudades, la gente que se cruzaba con sus vecinos por la calle y no tenía idea de quiénes eran. «Deja las reflexiones profundas para luego, Paula. Si no aceleras el paso, vas a llegar tarde», pensó.  Eso era lo que pasaba por quedarse dormida frente al ordenador. Tendría que volver a repasar esas últimas páginas que se suponía que ya había estudiado. Al intentar recordarlas, se le quedaba la mente en blanco. Si esas páginas caían en el examen, acabaría suspendiendo. Las sombras le acompañaban por las calles, marcando su camino a medida que avanzaba hacia la cafetería. 


El amanecer aún no había iluminado el horizonte con los primeros rayos de sol. Aunque se había prometido a sí misma no hacerlo, Paula miró el reloj. Eran las seis y cinco. No estaba mal para llegar tarde. Sin duda la señorita Joan ya estaría allí. Si no fuera porque sabía que su jefa vivía con su marido en casa de este, habría jurado que la señorita Joan dormía en la cafetería para poder estar allí veinticuatro horas al día los siete días de la semana.  Pero, cuando llegó a la cafetería, descubrió que la puerta estaba cerrada con llave. Se quedó mirándola sorprendida. ¿Quién lo hubiera pensado? Había superado a la señorita Joan. Sacó su llave y abrió la puerta. La señorita Joan le había dado su propia llave por si acaso ella llegaba antes, pero ninguna de las dos había pensado nunca que eso pudiera llegar a suceder. Esperaba que no hubiera pasado nada. Se quitó la chaqueta al entrar, la dejó en el respaldo de una de las sillas y se fue directamente a las cafeteras. Tenía que empezar a preparar el café. Estaba llenando la última cafetera con agua cuando oyó que la puerta se abría tras ella. Miró por encima del hombro y vió a la señorita Joan en la puerta. La mujer parecía asombrada.


 –Me has ganado –dijo.

 

Aliviada al ver que la señorita Joan parecía estar bien, Paula respondió:

 

–Tenía que ocurrir alguna vez. 

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