miércoles, 23 de noviembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 46

  –Muy bien. Café y tarta para todos –declaró.

 

Entrelazó el brazo con el de su marido y condujo a todos hacia la cafetería. El café era para todos los participantes de más de quince años. Los menores recibían un vaso de leche para ayudarles a bajar su ración de tarta… O de galletas, si así lo preferían.

 

–Me encanta esta época del año –le confesó Paula a su madre al colocarse detrás de su silla de ruedas con la intención de llevarla a la cafetería, que estaba situada a escasas manzanas de la plaza del pueblo.

 

–A mí también –convino Martha, pero su voz sonaba algo cansada. Si le quedaba alguna duda, lo que dijo a continuación confirmó sus sospechas–. Mira, estoy un poco cansada. Y al parecer Camila lo está más aún –Alejandra señaló a la niña, que estaba dormida acurrucada en su regazo–. Nos vamos a casa.


 –De acuerdo –contestó Paula sin protestar, y giró la silla en la dirección contraria.


 –No, Paula. Nos vamos Camila y yo, tú no –aclaró su madre–. Quiero que vayas a la cafetería con los demás.


 Paula no pensaba dejar que su madre se fuese sola a casa.


 –No importa, mamá. 


–Sí que importa. Insisto –dijo Alejandra con firmeza–. Sé lo que estás pensando. No me trates como si fuera una inválida. Soy capaz de llevar a mi nieta a casa y meterla en la cama. No tienes por qué interrumpir tu velada para cuidar de mí.

 

–Y menos si tiene ayuda –intervino Horacio Alfonso, que quitó a Paula de en medio y agarró los mangos de la silla de ruedas de sumadre.


 Alejandra se dió la vuelta y miró a Horacio.


 –Horacio, tampoco necesito tu ayuda.

 

El padre de Pedro asintió con comprensión.

 

–Lo sé –respondió con su voz suave y acentuada–. Pero puede que yo necesite hacer algo caballeroso y esta sería una gran oportunidad. No me arruines la diversión, Alejandra. Deja que finja que he venido a rescatarte. Además, así podrás usar ambas manos para sujetar a tu nieta sobre tu regazo en vez de intentar evitar que no se caiga mientras doblas las esquinas.

 

Alejandra se rindió con un suspiro.

 

–Si insistes.


 –Sí que insisto –le dijo Horacio, después miró a Paula por encima del hombro antes de empezar a empujar la silla en dirección a la casa de las Chaves. Le guiñó un ojo y se pareció mucho a su hijo pequeño–. Ve a divertirte un poco. No lo haces muy a menudo… Y deberías.


 –Sabes que tiene razón –dijo Pedro, le puso las manos sobre los hombros y la giró hacia la cafetería–. Ya casi nunca te relajas. Recuerdo que de niña te lo pasabas mucho mejor.

 

–Los niños tienen que pasárselo bien –señaló Paula, pero ya había empezado a caminar en la dirección indicada–. Los adultos tienen que trabajar.


 –En eso estoy de acuerdo… En general. Pero en ningún sitio pone que el trabajo tenga que durar las veinticuatro horas del día, y todos los días de la semana. Hasta las máquinas se estropean con ese ritmo.

 

Paula dejó de caminar y se dió la vuelta para mirarlo un momento. ¿Ya se le había olvidado?


 –Hoy me he tomado el día libre –le recordó.


 –No es cierto –respondió él. Paula abrió la boca para protestar, pero él habló primero–. No has trabajado todo el día en la cafetería, pero sí que has acabado sudando –señaló–. Eso también es trabajo.

 

–Hay muchas maneras de acabar sudando que no tienen nada que ver con el trabajo.


 A juzgar por la manera de mirarla, Paula supo que Pedro le había dado a sus palabras un significado que no era el que ella había pretendido necesariamente. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario