viernes, 18 de noviembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 40

 –Sí, señora –respondió Pedro por los dos.


 Estuvo tentado de saludarla al estilo militar, pero tuvo la sensación de que lamentaría su intento de sarcasmo. En lo referente a utilizar el sarcasmo, la señorita Joan no tenía rival.



 Encontrar el árbol adecuado resultó ser más complicado de lo que Paula había imaginado. Fue difícil encontrar un árbol entre todos los altos que fuese lo suficientemente pequeño para poder transportarlo, pero lo suficientemente grande para la plaza del pueblo. En concreto, lo suficientemente grande para que todo aquel que quisiera pudiera decorar un trozo del árbol. La señorita Joan insistía en que el árbol debía ser lo suficientemente grande como para que todos los habitantes de Forever sintieran que les pertenecía. Al fin, tras caminar durante casi dos horas, encontraron un candidato digno de consideración. José Lone Wolf, el ayudante del sheriff, fue quien lo encontró, y llamó al resto del grupo para que todos dieran su opinión.


 –No hay duda. Es un árbol precioso –comentó Paula, y tuvo que protegerse los ojos del sol mientras contemplaba lo alto que era–. Es alto y está bien poblado. Como usted ha dicho –le dijo a la señorita Joan.

 

La señorita Joan, que no era dada a la efusividad ni siquiera aunque se encontrase con la perfección absoluta, asintió con la cabeza.


 –Supongo que tendrá que valer. De acuerdo, chicos –declaró girándose hacia varios de los hombres que había reclutado en anteriores ocasiones–, ya saben lo que tienen que hacer. ¡Adelante, haganlo!

 

–¿Qué puedo hacer yo? –preguntó Paula dando un paso al frente.

 

–Cuando corten el árbol, tendréis que cargarlo entre todos hasta el camión. De momento, lo mejor que puedes hacer es quitarte de en medio, a no ser que quieras arriesgarte a que te golpee una rama.

 

Pedro la apartó cuando Cristian y otros dos regresaron con las motosierras que habían llevado para cortar el árbol.

 

–Tú solo mira –le dijo a Paula.

 

Paula frunció el ceño. Nunca le había gustado quedarse al margen mientras los demás trabajaban, y no se le daba muy bien.

 

–Me siento como si fuera una piedra –se quejó a Pedro. 


 –Bueno, pues no lo pareces –respondió él con una carcajada–. Además, si no haces lo que te dice la señorita Joan, ya sabes que te comerá viva.

 

Paula suspiró. Sabía que tenía razón. La zona alrededor del árbol se llenó de actividad mientras los hombres se preparaban para ponerse manos a la obra. Obedeció y se quitó de en medio. Como cada vez saltaban más virutas de madera por los aires, ella siguió alejándose más. Cuando de pronto perdió el equilibrio, soltó un grito y empezó a caer hacia atrás. Al oírla, Pedro acudió en su ayuda. O lo intentó. Sin embargo, en esa ocasión, en vez de detenerla, Paula le hizo perder el equilibrio y, cuando cayó hacia atrás, le arrastró con ella. A pesar de tensar el cuerpo, él acabó cayendo encima de ella. Ambos se quedaron sin aire. Tanto que, durante unos segundos, se quedaron allí tendidos, pegados el uno al otro, con las caras a escasos centímetros de distancia.  Pero, en vez de sentir frío, tirados en la nieve como estaban, ambos empezaron a sentir calor; sobre todo Paula. Mucho calor. Tanto que tuvo la sensación de estar hundiéndose más aún en la nieve debido a la alta temperatura de su cuerpo. 

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