viernes, 25 de noviembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 52

  –¿Así que vas a dejar tirado a Federico? –preguntó Paula.

 

A juzgar por cómo lo dijo parecía una acusación. En vez de ofenderse, Pedro se limitó a encogerse de hombros.

 

–Tampoco es que vaya a echarme de menos –respondió.

 

–Claro que sí –dijo Paula–. Los he visto juntos. Se hacen los duros, como si no les importara el resto de su familia, pero en el fondo eso no es cierto y lo sabes. Todos se quieren y estarían dispuestos a ir a la tumba defendiendo a los demás.


 Pedro se puso en pie.

 

–Tengo que irme antes de que empieces a cobrarme por esta sesión de psicoanálisis –declaró mientras buscaba el dinero en el bolsillo. Sacó varios billetes y los dejó sobre la barra.

 

–Quédatelo –dijo la señorita Joan devolviéndole el dinero–. Invita la casa. Vas a necesitar el dinero para alquilarte ese precioso traje de mono del que te quejabas.


 Tras unos instantes, Pedro recogió los billetes y volvió a guardárselos en el bolsillo.


 –Gracias –murmuró.

 

Paula se dió cuenta de que no se había molestado en negar lo que la señorita Joan había dicho. Parecía que Pedro iba a formar parte de otra comitiva nupcial. Lo que significaba que ella tendría otra oportunidad de verlo más guapo que cualquier otro hombre sobre la tierra.  No se dio cuenta de que estaba sonriendo mientras seguía trabajando.  Pero la señorita Joan sí. Cuando la puerta de la cafetería se cerró tras Pedro, la señorita Joan se volvió hacia Paula.


 –Bueno, como parece que lo tienes todo bajo control, voy a repasar las hojas de pedido –le dijo–. Si me necesitas, estaré en mi despacho.

 

Paula asintió. Trabajaba más deprisa cuando estaba sola.

 

–De acuerdo. Yo tengo muchas cosas que hacer aquí.

 

Oyó que la puerta de entrada volvía abrirse un par de minutos más tarde.


 –¿Se te ha olvidado algo? –preguntó sin molestarse en darse la vuelta.


Había dado por hecho que Pedro habría vuelto a la cafetería por alguna razón. Debería haber sabido que no era él cuando el vello de la nuca no se le puso de punta como sucedía siempre que estaba cerca.

 

–Sí –dijo una voz de mujer–. Se me ha olvidado cómo son mis pies – las palabras fueron acompañadas de un suspiro profundo.


 Sobresaltada, Paula se dió la vuelta y vió a Luciana acercarse a la barra con el paso de un caracol con artritis. Miró el reloj de manera automática.

 

–Llegas temprano –comentó. 


A lo largo de los dos últimos meses, Luciana se había acostumbrado a pasarse por allí cada mañana a la misma hora para pedir un té de hierbas para llevar. Pero normalmente aparecía más cerca de las nueve, no de las siete.

 

–Lo sé –contestó Luciana con la mano en la espalda–. Pensé que, si me presentaba temprano en la oficina del sheriff, podría marcharme también temprano.


 –¿Para irte a casa, poner los pies en alto y estar más cómoda? –sugirió Paula mientras regresaba a la barra para preparar el té de la ayudante del sheriff.

 

Luciana soltó una carcajada breve y sarcástica. 

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