lunes, 14 de noviembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 28

 –¿Me he dejado a alguien fuera? –preguntó cuando hubo terminado–. Alguien actual, quiero decir. De lo contrario, probablemente podamos sacar un censo actualizado en el que aparezcan todas las mujeres solteras del pueblo de entre dieciocho y treinta y cinco años, ambas incluidas. Creo que con eso estarían todas cubiertas, ¿No te parece?

 

Pedro negó con la cabeza.

 

–Tienes mucha imaginación, ¿Lo sabías?


 –Y tú tienes mucho encanto. Hace que a una chica le resulte imposible decirte que no –de hecho dudaba que muchas lo hubieran rechazado, aunque no era algo que deseara averiguar. Era un claro caso de «Ojos que no ven, corazón que no siente»–. ¿Sabes? Te resultará muy difícil sentar la cabeza si sigues yendo de mujer en mujer como si fueran pañuelos de papel desechables.


 –No voy de mujer en mujer como si fueran pañuelos –protestó él–. ¿Y quién dice que quiera sentar la cabeza?

 

Cierto, nunca le había oído decir nada parecido a eso. Pero los hombres no siempre hablaban de esas cosas; eso implicaría hablar de emociones, un tema que la mayoría de los hombres evitaba como si fuera la peste y del que pocos sabían algo.

 

–Casi todos los hombres quieren –respondió ella.


 –Yo no soy casi todos los hombres.

 

No lo era, y Paula sabía que estaba mal sentirse tan feliz por el hecho de que su mejor amigo acabara de repetir sus intenciones de no mantener una relación que durase más de dos o tres semanas. Pero, si pensaba ir de mujer en mujer, eso significaba que no tenía planes de casarse con ninguna de ellas y, mientras no estuviese casado, estaría disponible. Podría ocurrir cualquier cosa, ¿No? Al fin y al cabo, a pesar de todos esos sueños, jamás habría imaginado que Pedro fuese a besarla algún día. Cierto, el beso había empezado de forma accidental, pero lo importante era que él no se había apartado de inmediato. En su lugar, había prolongado aquel contacto casi erótico. Y ambos habían disfrutado de lo que cualquiera catalogaría como un beso muy real.  O al menos ella lo había disfrutado. 



Paula disimuló un bostezo al abrir la puerta de la cafetería. Eran las seis y media de la mañana del día siguiente y no había dormido mucho. Había estado demasiado alterada por lo sucedido como para dormir, y se había pasado casi toda la noche mirando al techo… Sonriendo. Esperaba que no empezaran a llegar muchos clientes antes de que se le despejara la mente. Una parte de ella sentía como si estuviese caminando sonámbula. Podría haberse acurrucado en una de las mesas y haberse quedado dormida en ese instante. Pero eso no iba a ocurrir. Tenía un día muy largo por delante. Tomó aliento y entró en el establecimiento. La señorita Joan estaba en el otro extremo limpiando el mostrador, a pesar de que ya estuviese limpio. Sabía que era idiosincrasia suya. Albergaba la esperanza de que la mujer no se fijara en ella, pero sabía que eso sería imposible. Su jefa debía de tener visión periférica que le permitía ver los trescientos sesenta grados a su alrededor en cualquier momento. Al oír abrirse la puerta, levantó la cabeza y la vió entrar. Suspiró con resignación y cerró tras ella.

 

–¿Qué tal fue? –preguntó la señorita Joan.

 

Paula se quitó la chaqueta y la dejó por el momento en el respaldo de una silla. Sacó después su delantal de detrás del mostrador. 

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