miércoles, 16 de noviembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 35

 –Mi padre mencionó que Pedro parecía tener mucha prisa cuando salió de casa esta mañana –concretamente, su padre le había llamado para preguntarle qué le pasaba a Pedro y por qué se había levantado y vestido tan temprano sin estar obligado. 


De todos ellos, él era al que más le gustaba dormir hasta tarde–. Así que hace falta un árbol de Navidad para sacar a la Bella Durmiente de la cama. Yo habría jurado que sería necesario un rifle apuntándole directamente a los pies –pero, mientras hablaba, Gabriel se dió cuenta de que el árbol de Navidad probablemente tuviese poco que ver con el hecho de que su hermano se hubiera levantado temprano. Por lo que le habían contado unos amigos que habían estado en Murphy’s la noche anterior, Gabriel estaba más inclinado a pensar que a su hermano le motivaba más la idea de que su mejor amiga fuese a ir también a buscar el árbol. El ruido de la campanilla que colgaba sobre la puerta llamó de inmediato la atención de Paula. Lo primero que pensó fue que alguien había ido a buscarla. Pero se trataba de Nadia, que llegaba a trabajar. Bien, eso significaba que ella podría salir y esperar fuera a que Sergio terminara con las cadenas. Su alegría duró poco. La otra camarera parecía dormida, como si le costase trabajo enfocar la mirada. En vez de meterse detrás de la barra a buscar su delantal, Nadia se sentó en el taburete más cercano y apoyó los codos en la barra. Utilizó las manos alternativamente para sujetarse la cabeza.


 –Café –le dijo a Paula–. Por favor. Pínchamelo directamente en vena si es posible –al apoyar la cabeza con más fuerza sobre la palma de su mano, calculó mal. La barbilla resbaló y estuvo a punto de chocar contra la barra, lo que hizo que se despertarse de golpe.


 Paula se apresuró a llevarle el café solo.

 

–Oye, ten cuidado, no vayas a perder el sentido –le advirtió al ver lo que había estado a punto de pasar.

 

–¿Por qué tú pareces tan despierta? –le preguntó Nadia mirándola acusadoramente. Antes de que Paula pudiera decir nada, a la otra camarera se le ocurrió una respuesta–. No me digas que de verdad te quedaste en casa después de que te dejáramos anoche.

 

Paula se encogió de hombros sin entender bien qué estaba diciendo su amiga.

 

–Vale, no te lo diré. Pero, ¿Por qué no? –no pudo evitar preguntar.

 

–Porque nosotras no lo hicimos, por eso –pensó en su propia noche–. Santiago Evans se pasó a buscarme en su Jeep después de que yo dejara a las demás –explicó con una sonrisa anhelante.

 

–¿A qué hora has vuelto? –le preguntó Paula.


 Nadia miró el reloj, intentó concentrarse en los números, pero se dió cuenta de que sus ojos aún no estaban preparados para semejante tarea.


 –¿Qué hora es ahora? –le preguntó a Paula.

 

–No has vuelto a dormir a casa, ¿Verdad? –adivinó Paula–. Solo has pasado para cambiarte de ropa antes de venir aquí, ¿No? 


–A nadie le gustan las pedantes –murmuró Nadia. Acto seguido, pareció encontrarse peor que cuando había entrado–. Haz tú mi turno, Paula –le rogó de pronto.


 –No puedo –respondió Paula, pensando en la tarde que le esperaba.


No quería perderse el formar parte de aquello, sobre todo porque Pedro también iba a formar parte.  Pero Nadia no estaba dispuesta a rendirse aún. 

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