viernes, 11 de noviembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 24

Aquello era un sueño. Tenía que ser un sueño. Pero qué sueño tan maravilloso, pensaba Paula mientras el corazón le martilleaba en el pecho. Había tenido aquel sueño en innumerables ocasiones. Normalmente estaba en la cama y las imágenes se colaban en su inconsciente. Imágenes en las que Pedro la besaba. A veces incluso tenía ese sueño estando despierta. Claro que, entonces, era una fantasía. Era capaz de crear en su cabeza escenarios muy reales.  Pero los sueños que había tenido antes de aquel momento mágico nunca eran tan vívidos, tan sobrecogedores. Sentía como si hubiera bebido varias copas muy potentes, en vez de haber dejado su destornillador sin tocar.  Así de embriagada se sentía.  Era una sensación deliciosa, y quería saborear cada segundo. Se puso de puntillas por puro instinto y le rodeó el cuello con los brazos. Estaba segura de que en cualquier momento iba a salir volando. Sobre todo cuando sintió sus brazos rodeándola, apartándola del resto del mundo. Lo hizo como si no hubiera nadie más en aquel microcosmos, solo ellos dos.

 

El cerebro de Pedro no cesaba de preguntarle qué diablos estaba ocurriendo. Aquella era Paula. Ya no estaba seguro, pero aun así pensaba que no podía ser. Aquella mujer no se vestía como Paula, no actuaba como Paula y, sobre todo, no sabía como siempre había dado por hecho que sabría Paula si alguna vez hubiera pensado en besarla. La Paula Chaves que conocía habría olido a jabón y habría sabido a pasta de dientes mentolada. Era práctica. Era discreta. En ningún caso era una mujer fatal que le aceleraba el pulso y disparaba suimaginación… Como hacía aquella mujer.  Intentó aferrarse a la realidad y, con reticencia, separó los labios de los suyos.  «Oh, no. Oh, no. No pares. Por favor, no pares. No quiero despertarme aún», pensó Paula. Al instante, el ruido a su alrededor hizo pedazos el mundo que acababa de crear, y la realidad se abrió paso. Con toda la sutileza que pudo, Pedro tomó aire e hizo lo posible por disimular su respiración entrecortada.

 

–Gracias por el baile –murmuró.

 

En respuesta, Paula movió la cabeza hacia arriba y hacia abajo, incapaz de pronunciar palabra alguna. Tenía la boca demasiado seca. Cuando finalmente logró unir unas palabras, se oyó a sí misma murmurando una frase tremendamente original.

 

–No hay de qué.

 

Pedro se quedó mirándola con una mezcla de inquietud y sorpresa. Aparte de que sus labios tuvieran un tacto letal, Paula sonaba extraña, quizá incluso desorientada.  A él también le pasaba.


 –Estás bien, ¿Verdad?

 

–Sí, claro –respondió ella apresuradamente–. Define «Bien» –añadió cuando la cabeza dejó de darle vueltas a toda velocidad.

 

–No te he hecho daño ni nada, ¿Verdad? –dijo él sin dejar de mirarla.


 ¿Nada? Paula iba a recordar aquel maravilloso momento durante el resto de su vida, incluso aunque viviera hasta los doscientos años.


 –No, no me has hecho daño –respondió con una pequeña carcajada.

 

Él asintió, aceptó sus palabras e intentó calmarse. Pero le resultaba imposible. 

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