viernes, 4 de noviembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 9

 –Supongo que puedes guiar a la yegua hasta la pista de baile, pero no puedes hacer que baile. Aun así, algo es mejor que nada. Es lo que siempre digo –le dió una palmadita a Paula en el hombro–. Buena chica. Recuerda divertirte. Es una orden.

 

–¿Qué te ha dicho? –preguntó Nadia al acercarse después de que la señorita Joan se marchara al otro extremo del local. Parecía que la chica se moría de curiosidad.

 

Paula empezó a colocar cubiertos nuevos en cada mesa que ya no estaba ocupada. En vez de ayudar, Nadia empezó a seguirla de nuevo, ajena a sus obligaciones como camarera que no estaba en el descanso.


 –Me ha dicho que vaya con Leticia, con Renata y contigo el viernes – contestó Paula.


 A Nadia se le iluminaron los ojos.

 

–¿De verdad? ¿Y eso? Entonces aún hay esperanza con la vieja –dijo Nadia riéndose y mirando por encima del hombro hacia donde se encontraba la señorita Joan. Después centró la atención en ella–. ¿Así que vas a venir?


 Paula estaba bastante segura de que la señorita Joan no la despediría por algo tan trivial como aquello, pero no estaba segura al cien por cien. Además, en el caso de que su jefa hablara en serio, no podía permitirse perder su empleo. Cierto que había otros trabajos en Forever, pero se sentía cómoda con aquel. Además, la señorita Joan le permitía llevarse las sobras a casa para dárselas a Camila y a su madre. Tal vez para otros no fuera gran cosa, pero ella era de la opinión de que cualquier cosa ayudaba. Algún día, cuando al fin terminase sus estudios de enfermería y reuniese el valor de pedirle al doctor Davenport si quería contratarla como su enfermera, pensaba recompensar a la señorita Joan por todas las ocasiones en las que había mirado hacia otro lado y le había permitido infringir las normas. Como la vez en que Camila y su madre estaban enfermas y ella tuvo que quedarse en casa para cuidarlas. La señorita Joan no solo le había permitido tomarse los dos días libres, sino que le había pagado el sueldo como si hubiera ido a trabajar. Además, había enviado a una de las camareras con sopa para las enfermas y comida para ella porque «Como la conozco, la muy tonta estará tan ocupada cuidando de su familia que se olvidará de comer». Y tenía razón. Paula había estado tan ocupada cuidando de las dos pacientes que se había olvidado por completo de comer. A juzgar por el brillo de su mirada, era evidente que Nadia estaba haciendo más planes aún para el viernes por la noche.

 

–Si no tienes nada que ponerte –dijo de pronto su amiga–, puedo prestarte algo. Tenemos casi la misma talla. Te presto lo que quieras.  ¿Tan pobre creía que era?


 –Tengo un vestido –protestó Paula con cierta indignación que no se molestó en ocultar.


–Oh –su respuesta le había sorprendido–. De acuerdo. Entonces todo arreglado –agregó felizmente–. Me pasaré a buscarte a las siete y media el viernes.

 

–¿Por qué no nos vemos allí directamente? –preguntó Paula.

 

–Porque entonces no vendrás –respondió Nadia–. Te conozco, Paula, así que no vayas por ahí. Pasaré a recogerte –insistió–. Y nos divertiremos, ya lo verás.


 Con todas las cosas que tenía en la cabeza, Paula lo dudaba, pero sabía que no debía decirlo. En su lugar, se obligó a sonreír, dijo que tenía que hacer inventario y se alejó de Nadia en dirección al despacho trasero. 

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