lunes, 21 de noviembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 45

 –No seas abusona, muñeca –le dijo Pedro al reunirse con las tres generaciones que conformaban la familia de su mejor amiga. Se quedó mirando a la niña–. ¿Quieres que te levante yo, Camila?

 

Camila estaba embobada con Pedro desde hacía un mes y sonrió de oreja a oreja al oír la sugerencia.


 –Sí, por favor –dijo estirando los brazos con entusiasmo.

 

Como era de mayor estatura que Paula, Pedro podía levantar a la niña más alto y durante más tiempo que ella. Lo último resultó ser muy necesario, pues resultó que a Camila le costó decidirse sobre la ubicación exacta en la que quería colocar el adorno. Tras cambiar de opinión un total de tres veces, se decantó por una rama.  Cuando la estrella quedó colocada en su lugar, a Pedro le permitieron bajarla al suelo.

 

–Típico de las mujeres. No pueden decidirse –dijo con una carcajada.


 –Yo no soy típica –protestó Camila con indignación–. La abuela dice que soy especial.


 –Claro que lo eres –convino Paula revolviéndole el pelo a la niña. Después se volvió hacia su madre–. Mamá, ¿Quieres colgar tú otro adorno?–le preguntó, dispuesta a seleccionar un segundo adorno de una mesa cercana. Su madre ya había colgado uno en una rama baja mientras esperaba a que Camila colgara el suyo.

 

Pero Alejandra prefirió no hacerlo. Estaba allí para observar y para cuidar a su nieta.


 –No, estoy bien, cariño. Solo quiero ver a los demás decorar el árbol, si no te importa.


 A Paula no le gustaba que su madre se quedase atrás. No era propio de ella. ¿Significaba que le pasaba algo? En vez de preguntarle, y recibir una respuesta negativa porque sabía que su madre odiaba quejarse, intentó abordar el tema de otro modo.


 –No me importa –le dijo a su madre–. Pero tienes que colgar al menos un adorno más, mamá. Esas son las normas, ya lo sabes. Si vienes, tienes que colgar –añadió, citando la norma que la señorita Joan supuestamente había impuesto años atrás.

 

–Le diré una cosa, señora Johnson. Usted elija un adorno y yo la acercaré para que pueda colgarlo un poco más arriba –le ofreció Pedro.

 

Alejandra asintió.

 

–Eso me encantaría, Pedro. 


–Se te dan bien las mujeres Johnson –le dijo Paula en voz baja.

 

Él le dirigió una sonrisa mientras guiaba la silla de ruedas de su madre hacia las mesas donde se encontraban los adornos. El árbol no estaría terminado aquel día. Nunca terminaban de decorarlo en un solo día, pero al menos habían empezado con buen pie. Las escaleras más altas del pueblo, que normalmente estaban guardadas en el granero de Luis Malcolm, habían sido colocadas contra el árbol para que, además de colgar las luces, la gente pudiera decorar la parte superior del árbol. Paula se echó hacia atrás y vió cómo la gente iba subiendo por turnos a las escaleras para decorar el árbol, hasta que cayó finalmente la noche sobre la plaza y les privó de la luz que tanto necesitaban.

 

–Esto es todo por hoy –anunció la señorita Joan–. Comenzaremos mañana a primera hora –explicó, más por costumbre que por necesidad, ya que las normas nunca cambiaban. 


Igual que tampoco cambiaba el ritual que tenía lugar después.

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