miércoles, 16 de noviembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 32

  –Entonces, ¿Por qué…?

 

–Porque no viviré para siempre –respondió la señorita Joan–. Nadie vive para siempre y, cuando yo haya muerto, quiero asegurarme de que el pueblo siempre tenga el mejor árbol que podáis encontrar en la montaña cada año.

 

–Usted no va a ninguna parte –le dijo Pedro, que acababa de entrar–. Tiene demasiado mal genio para morir –le recordó a la mujer.

 

La señorita Joan se volvió para mirarlo.

 

–Bueno, en cualquier caso no sucederá pronto –respondió mientras se limpiaba las manos–. ¿Quieres lo de siempre? –le preguntó a Pedro. Cuando éste asintió, en vez de ir a preparárselo ella misma, se volvió hacia Paula–. Prepárale a Pedro lo de siempre. Esta mañana invita la casa, teniendo en cuenta que voy a tener que utilizar esa espalda tan fuerte que tienes –le informó a Pedro.

 

Por el rabillo del ojo, la señorita Joan vió que Paula no se había movido para ir a buscar el café y el dónut de Pedro.


 –¿Alguien te ha pegado los pies al suelo, niña? –le preguntó.

 

Paula apenas era consciente de que la señorita Joan le hubiera dicho algo. Su mente había dejado de procesar las palabras nada más enterarse de que Pedro iba a ir a buscar el árbol con ellas.

 

–¿Vas a venir con nosotras a por el árbol? –le preguntó a Pedro, porque tenía que asegurarse de haber oído bien.

 

–No. He decidido echarme un amante y estoy seduciéndolo con dónuts de mermelada –contestó la señorita Joan con ironía–. Sí, viene con nosotras. Por eso le invitamos al desayuno, que por cierto me parece muy poco saludable, si quieres saber mi opinión –agregó antes de centrar su atención en Paula–. Entonces, ¿Vas a ir a por el café y el dónut o has enseñado a los dónuts a venir solos cuando los llamas?

 

Paula por fin reaccionó. Se dió la vuelta y se metió detrás de la barra para prepararle el café a Pedro. Tal vez la señorita Joan se esforzara en parecer malhumorada, pero no importaba lo que dijera ni cómo lo dijera, porque acababa de crear el día perfecto para ella. Iban a subir a la montaña para buscar un árbol de Navidad gigante para el pueblo, y ella no solo iba a formar parte del grupo que seleccionaba el árbol, sino que además iba a hacerlo con Pedro.

 

–Si sonríes un poco más, vas a empezar a ir más despacio –le advirtió la señorita Joan.

 

–Sí, señora. Nada de sonrisas –contestó Paula automáticamente. En aquel momento, habría hecho cualquier cosa que la señorita Joan le hubiera pedido.


 –¿He dicho yo eso? –preguntó su jefa–. He dicho «Un poco más». Eso significa que puedes mantener la sonrisa como está para que no se te metan bichos en la boca –entonces entraron tres hombres más en la cafetería y la señorita Joan frunció el ceño al mirar el reloj–. ¿Es que nadie sabe decir la hora? Dije a las once, no a las siete. Hay cuatro horas de diferencia.

 

Leandro, uno de los hermanos mayores de Pedro, se sentó en un taburete situado junto a la barra. Saludó a la dueña con la cabeza y se quitó el sombrero. La señorita Joan le dirigió una sonrisa. Siempre había sentido debilidad por Leandro. Lo consideraba el más sensible de los hermanos Alfonso.

 

–Quizá estemos demasiado entusiasmados para esperar –le dijo Leandro–. Es como cuando éramos pequeños y esperábamos a que viniera Papá Noel.Parecía que las horas se alargaban eternamente.

 

–Si sigues creyendo en Papá Noel, Leandro, creo que entonces tenemos un problema. 

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