viernes, 4 de noviembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 10

Sin apenas tiempo, Paula estaba mirando el interior del armario de su dormitorio. Llevaba allí de pie dos minutos. Tampoco era que estuviese intentando decidir qué ponerse, porque no había mucho de donde elegir. Conocía de memoria todas las prendas que tenía allí guardadas. Tenía exactamente un vestido para todo que se había puesto para la graduación del instituto, para el funeral de una amiga de su madre y para algunas ocasiones más. Andaba justa de dinero. No veía razón para gastárselo en algo frívolo cuando había otras cosas más valiosas que necesitaba comprar; como juguetes que le iluminaran la cara a Camila y ropa para la niña, cuyo cuerpo crecía sin parar. El vestido azul marino para todas las ocasiones seguía en buen estado, pero debía admitir que una parte de ella se arrepentía de haber rechazado la oferta de Nadia cuando esta le había sugerido dejarle algo de ropa para aquella noche. Al instante, ignoró aquella idea. Murphy’s tampoco estaba tan bien iluminado y, además, no pretendía impresionar a nadie. Solo iba a salir aquella noche para que Nadia y la señorita Joan dejasen de decir que tenía que salir más y relacionarse. Al fin y al cabo, no estaba aburrida. Tenía muchas cosas con las que entretenerse y no sentía que le faltara nada en la vida. No buscaba novio ni marido. Su corazón no estaba en el mercado. Estaba ya vendido. Llevaba tanto tiempo enamorada de Pedro que ni se acordaba. Eso no iba a cambiar y, mientras siguiese sintiendo eso, no iba a ponerse a buscar novio. No le parecería bien. No pondría todo su corazón. Nunca había sido una de esas chicas que sentían que necesitaban un hombre para estar satisfechas. Ella siempre había sido independiente.

 

–Da igual que te quedes mirándolo, porque no va a salir nada nuevo de ese armario –dijo Alejandra al entrar con su silla de ruedas en el dormitorio de su hija.

 

–Lo sé, mamá –contestó Paula sin dejar de mirar hacia el armario–. Me preguntaba si no sería mejor que me quedara en casa esta noche –no sentía la necesidad de inventarse excusas. Las tenía de sobra–. Tengo que estudiar y Camila está recuperándose de un resfriado…


 –A su edad, Camila siempre va a estar recuperándose de un resfriado – señaló Alejandra con paciencia–. Y, por lo que yo sé, lo bueno de estudiar esos cursos en la privacidad de tu habitación es que puedes hacer los exámenes cuando quieras. Lo ajustas a tus horarios, no a los del profesor o quien sea que se esconde al otro lado de esa pantalla. Además, vas a ir y punto.

 

–Mamá, ¿Y si Camila se despierta y…? –no le dió tiempo a llegar más lejos. Su madre había levantado la mano para que guardara silencio.


 –Se despierta y ya está. Puedo encargarme de ella. No me hagas sentir más inválida de lo que ya me hace sentir la silla, Paula. Además, no querrás que este vestido se eche a perder, ¿Verdad?

 

–¿Qué vestido? –preguntó Paula, y se dió la vuelta para mirar a su madre.


Fue entonces cuando lo vió. Sobre su regazo, su madre llevaba una funda de plástico transparente con un precioso vestido dentro. Paula se quedó con la boca abierta. Aquel vestido debía de ser caro. No pensaba dejar que su madre se gastara el dinero en ella de esa forma, sobre todo porque no les sobraba. Todavía estaban pagando las facturas médicas relacionadas con el accidente de coche que había dejado a su madre en una silla de ruedas. 

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