miércoles, 23 de noviembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 48

  –¿Has vuelto a quedarte dormida frente al ordenador?

 

Paula abrió los ojos al oír a su madre entrar en el pequeño dormitorio que había sido habilitado como su zona de estudio. Pensaba que su madre seguiría en la cama. ¿Cuánto tiempo llevaría dormida?

 

–No –respondió alegremente, y apretó los labios para evitar bostezar– . Solo estaba descansando los ojos, nada más.


 –Ya –murmuró Alejandra con escepticismo–. Deberías intentar descansar el resto de tu cuerpo de vez en cuando. Si sigues consumiéndote tanto a todas horas, llegará el día en que no puedas más. Lo sabes, ¿Verdad?

 

Paula cerró el ordenador. Era hora de irse a la cafetería a trabajar. 


 –Claro que sí, mamá –se apartó del ordenador y le dió un beso a su madre en la mejilla antes de levantarse de la silla–. Ahora, si me disculpas, tengo que irme a trabajar.

 

–¿Por qué no llamas, dices que estás enferma y duermes un poco? –le sugirió su madre.


 –Porque la señorita Joan no me paga por estar guapa, mamá – respondió ella–. Me paga por ir a trabajar.

 

Paula se acercó a la entrada y rebuscó en el armario del recibidor hasta encontrar su chaqueta. La temperatura había bajado en los últimos días y por las mañanas hacía bastante frío. Suponía que, dado que estaban en diciembre, no debía quejarse. Gran parte del país se enfrentaba a auténticas tormentas de nieve, así que una pequeña bajada de las temperaturas no era nada en comparación.

 

–Tampoco te paga por estar hecha polvo –señaló Alejandra.

 

–¿Quién está hecha polvo? –preguntó Paula, fingiendo confusión.

 

Alejandra frunció el ceño.

 

–No te hagas la tonta, Paula. No se te da bien. Incluso siendo un bebé, siempre estabas alerta, como si entendieras todo lo que estaba pasando.

 

–¿Y no tendrás cierto prejuicio, mamá? –preguntó Paula riéndose.

 

Alejandra levantó la barbilla como si aquello hubiera sido un desafío.

 

–Claro que no.

 

–Quizá le des demasiada importancia, tratándose de un bebé, mamá. Incluso aunque ese bebé fuese yo.

 

Alejandra suspiró, levantó las manos y se resignó como siempre en lo referente a su hija.

 

–No sé por qué sigo dándome cabezazos contra un muro. Nunca haces caso a nada de lo que te digo.

 

–Claro que te hago caso, mamá. Simplemente me reservo el derecho de elegir qué consejos seguir y qué consejos dejar para otra ocasión – respondió Paula con tacto. Ambas sabían que el segundo tipo de consejos no lo dejaba para otra ocasión, sino que lo olvidaba para siempre–. Estaré bien, mamá, de verdad. Por favor, deja de preocuparte. Te prometo que pronto me relajaré un poco.


 –Claro, cuando acabes en el hospital de Pine Ridge. 


 –Siempre tan optimista, mamá –contestó Paula riéndose.


 –No. Lo que soy es realista, Paula. Simplemente no puedes seguir así sin que haya consecuencias.

 

–No pienso seguir así –le prometió Paula. Iba a llegar tarde, pero no podía marcharse si su madre estaba tan disgustada con ella. Tenía que tranquilizarla y hacerle entender que, por el momento, debía mantener ese ritmo durante un poco más de tiempo–. Me graduaré en menos de seis meses, suponiendo que apruebe los exámenes, y con suerte se me abrirán nuevas puertas. Se nos abrirán a todas.

 

Alejandra no parecía muy convencida.

 

–Si para entonces no te has muerto de tanto trabajar.

 

–No ocurrirá, te lo prometo –contestó Paula con la mano derecha levantada, como si estuviera haciendo un juramento solemne–. No lo permitiré. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario