miércoles, 2 de noviembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 3

Paula sabía que tenía sangre de nativo americano por parte de su padre, pero le había contado que descendía de una tribu apache, no de una tribu ficticia sobre la que había escrito un autor que llevaba años muerto.

 

–Es demasiado pronto para acertijos, chico.

 

Paula levantó la mirada y vió que la señorita Joan se había acercado a ellos. La mujer pelirroja dueña de la cafetería entornó los ojos y miró al más joven de los Alfonso con reprobación.

 

–¿Por qué no le dices a Paula lo que estás intentando decir ahora que todavía es lo suficientemente joven para oírlo?

 

Pero al parecer Pedro disfrutaba siendo enigmático e intentó dar otra pista.

 

–El último hombre.


 –Pedro –dijo la señorita Joan con un tono de advertencia–, vas a ser el último hombre sentado en mi cafetería si no te dejas de adivinanzas y dices lo que quieres decir.


 Pedro suspiró y negó con la cabeza. Había pensado que Paula, a la que siempre había considerado lista, ya habría adivinado lo que estaba intentando contarle.


 –De acuerdo, de acuerdo –respondió–. Le quita la diversión a todo, señorita Joan –añadió.


 En respuesta, la señorita Joan le dirigió una sonrisa perversa.

 

–No es eso lo que dice mi Juan –le informó, refiriéndose al marido que había encontrado hacía no mucho, después de pasar años siendo la soltera supuestamente despreocupada de Forever.


 –Muy bien, ¿Por qué eres el último hombre? –preguntó Paula.

 

–Porque los demás en mi familia están cayendo como moscas – respondió Pedro–. Salvo por mi padre. Pero él no cuenta. Anoche tuvimos otra pérdida.

 

–No entiendo por qué una pérdida te hace sonreír de oreja a oreja – comentó la señorita Joan–. Vamos, escupe, chico. ¿De qué diablos estás hablando?


 El brillo en los ojos de la mujer parecía no corresponderse con la pregunta que acababa de hacer. Todo el mundo daba por hecho que la señorita Joan lo sabía todo; estaba al corriente de todos los secretos, sabía lo que la gente estaba haciendo y en general todos la consideraban como una buena fuente de información.

 

–No me diga que no lo sabe –dijo Pedro de pronto.

 

–No digo una cosa ni la otra. Solo digo que, dado que tienes tantas ganas de dar esta noticia, deberías darla ya. Antes de que alguien decida ahorcarte.


 No era una sugerencia, sino una orden directa y, si realmente sabía algo de lo que estaba a punto de contarle a Paula, Pedro agradecía que le permitiera a él dar la información. Al fin y al cabo, concernía a su familia. Forever era un pueblo en el que pasaban muy pocas cosas. Tenían el clásico sheriff con tres ayudantes, incluyendo a su hermana Luciana, pero pasaban casi todo el tiempo ocupándose de asuntos mundanos como bajar gatos de los árboles y a veces encerrar a algún hombre que tuviera problemas para controlar la ingesta de alcohol. En ocasiones concretas, los hombres en cuestión habían bebido demasiado para intentar ahogar el sonido de sus esposas descontentas. Pero sobre todo era un pueblo en el que todo el mundo estaba al corriente de los asuntos de los demás, así que ser el primero en saber algo o en anunciarlo era todo un privilegio.

 

–¿Y bien? –insistió Paula–. ¿Vas a contármelo o voy a tener que sacártelo a golpes?

 

–¿Tú y cuántos más? –preguntó él con una sonrisa. 


Cuando Paula fingió que daba un paso hacia delante, él levantó las manos como para detenerla. Tras haber alargado el momento suficientemente, por fin estaba listo para contarle lo que había ido a decirle.

 

–¿Recuerdas a esa mujer que vino a nuestro rancho a trabajar con esa caja de periódicos y diarios que mi padre encontró en nuestro ático? 

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