viernes, 11 de noviembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 22

Con un soplido de exasperación, Pedro se dió la vuelta para marcharse y volver a lo que estaba haciendo antes de ver al vaquero acercarse a Paula.


 –De acuerdo, nada de balancearme –prometió ella. Entonces le agarró de la muñeca y le dirigió una sonrisa de agradecimiento–. Gracias por acudir en mi ayuda.


 –No hay de qué –contestó él encogiéndose de hombros. Simplemente se alegraba de haber estado en el lugar oportuno en el momento oportuno. Después decidió no magullar su ego–. Probablemente hubieras podido deshacerte de él si yo no hubiera estado aquí, pero, ya que estaba, he pensado que sería mejor decirle al vaquero dónde podía meterse sus desagradables palabras y esas manazas.


 A Paula aquello le resultó agradable. Se diera cuenta o no, y probablemente no se diese cuenta, Pedro acababa de ser el caballero con armadura que acudía al rescate de la damisela en apuros, aunque no tantos.  Se permitió a sí misma fingir que era por otra razón: porque se preocupaba por ella, no como amiga, sino como novia.

 

–¿Cómo sabes que eran desagradables sus palabras? –preguntó ella.


 –Un tipo así solo tiene palabras desagradables –explicó él. Miró hacia el otro lado del bar y frunció el ceño ligeramente.

 

Paula se dió la vuelta e intentó ver qué había llamado su atención.

 

–¿Qué sucede?


 El ceño fruncido desapareció y Pedro se encogió de hombros.

 

–Parece que Juliana ha decidido que tenía más ganas de bailar que de esperarme.

 

Y entonces Paula vió a qué se refería. Juliana estaba bailando con Diego Baker, uno de los rancheros. Lo miraba como si fuese el hombre más guapo y más listo de todo el bar, así como uno de los más adinerados.


 –Siento mucho haberte estropeado la noche –le dijo a Pedro, e intentó no sonreír para que no se diese cuenta de que mentía.

 

Pedro se limitó a encogerse de hombros, como si no le importara.


 –No pasa nada –le dijo–. Si no es Juliana, ya vendrá otra. No buscaba el amor de mi vida, solo alguien con quien pasar la noche.

 

El grupo empezaba a tocar otra canción; aquella era más lenta que las dos anteriores.

 

–Bueno, como parece que ahora mismo me toca esperar, ¿Te apetece bailar?


 A Paula le habría encantado, pero, a decir verdad, nunca se había molestado en aprender a bailar. Y no quería hacer el ridículo en público de esa forma.


 –En realidad yo no bailo –le dijo a Pedro, y pensó que ese sería el final de la discusión.

 

Pero no lo fue.

 

–Pues creo que tus caderas no lo saben –respondió él–. Veamos lo que saben hacer –le dió la mano y la condujo hacia la pista de baile.


 –Pienso que no es buena idea –protestó Paula de nuevo, aunque le gustaba que le diese la mano.

 

Pero no pudo evitar pensar que se iba a arrepentir. Pedro tenía fama de buen bailarín y ella no recordaba la última vez que había movido los piespara hacer algo que no fuera ir de un sitio a otro.


 –Ese es el problema –respondió él con paciencia–. Piensas demasiado. Se supone que no debes pensar en absoluto. Lo que debes hacer es sentir el ritmo en los huesos –le susurró al oído para no tener que gritar. 

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