miércoles, 30 de noviembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capitulo 65

¿Por qué nunca antes se había dado cuenta de lo realmente guapa que era? ¿O habría ido sufriendo esa metamorfosis de manera gradual, delante de sus narices, sin que él se diera cuenta?  No estaba seguro. Lo único que sabía era que ahora se daba cuenta de todas esas cosas y que eso le producía un nudo en el estómago que apenas le dejaba respirar.


 –Estoy demasiado cansada para ir a nadar desnuda al lago –le dijo ella.


Además, lo último que deseaba era parecer una mujer desesperada y pegajosa, dispuesta a comerse cualquier migaja que él quisiera lanzarle.


 –Entonces lo dejamos para otro día –respondió él con una voz tan seductora que a Paula le costó concentrarse.

 

–Para otro día –convino ella. Sentía que la cabeza le daba vueltas, como si no formarse parte del resto de su cuerpo.


 Se obligó a concentrarse en sus alrededores, a comportarse como si todo fuera normal con él, y lo normal era que Pedro nunca le prestara atención. Pero en aquel momento sí lo hacía. Paula miró su plato y vió que se había comido la porción de pastel que le había servido.


 –¿Te apetece otro trozo de pastel? –preguntó automáticamente.

 

Sin dejar de mirarla a los ojos, Pedro negó lentamente con la cabeza. Entonces, antes de responder verbalmente, estiró el brazo por encima de la mesa y le agarró la mano para impedir que se levantara.

 

–No –respondió–. No deseo más pastel.

 

¿Por qué aquello parecía una frase para ligar? ¿Y por qué le costaba cada vez más esfuerzo respirar? Como si el aire de sus pulmones se hubiera solidificado y no pudiera aspirar más.  «No lo digas, no lo digas», se ordenó a sí misma. Sería como lanzarse a un precipicio. Aun así, a pesar de sus advertencias, se oyó a sí misma pronunciando las palabras.


 –Entonces, ¿Qué es lo que deseas?

 

Pedro se puso en pie y, por un instante, ella pensó que iba a marcharse. Pero no lo hizo. En su lugar, tiró de su mano y le obligó a levantarse. Paula se levantó del asiento como si estuviera en trance, sin apartar la mirada de él. El corazón empezó a golpearle con tanta fuerza las costillas que le sorprendió poder oír su respuesta.

 

–A tí.

 

Paula tragó saliva e hizo todo lo posible por que le salieran las palabras de la boca.

 

–Yo no estoy en la carta –dijo al fin sin apenas mover los labios.

 

Pedro sonrió antes de hablar.


 –Bien, porque me gusta pedir cosas que no estén en la carta de siempre.

 

Un escalofrío recorrió su espalda. No tenía sentido y, a la vez, tenía todo el sentido del mundo. Pero no tuvo tiempo de interpretarlo porque, acto seguido, Pedro le rodeó la cara con las manos y la besó; con tanta suavidad que le pareció estar fantaseando. Cuando la sangre empezó a calentársele, el calor de sus labios se le coló dentro e hizo que la cabeza le diera vueltas como si estuviera montada en un tiovivo. Sabía que lo que estaba experimentando era real. Movido por el agradecimiento, por la oportunidad o por la casualidad, Pedro estaba besándola. Besándola y, al mismo tiempo, cambiando su vida para siempre.


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