miércoles, 23 de noviembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 50

 –No, no tenía –replicó su jefa.

 

–Bueno. Puedo marcharme y volver a entrar –sugirió Paula.

 

La señorita Joan frunció el ceño mientras dejaba su bolso tras la barra y se quitaba el abrigo.

 

–No seas condescendiente conmigo, niña.


 –No soy condescendiente –protestó Paula–. Solo intento averiguar qué es lo que desea.

 

–Ni siquiera Dios puede hacer eso –comentó Pedro al entrar en la cafetería.


 La señorita Joan, que obviamente no esperaba a nadie tan pronto, se dió la vuelta y lo miró.

 

–Vaya, mira lo que ha entrado por la puerta –murmuró–. Es prácticamente medianoche, al menos para ti. ¿Qué haces levantado tan pronto, chico?


Pedro se encogió de hombros, como si no se hubiera dado cuenta de que era el primer cliente de la cafetería, un hecho del que era plenamente consciente.

 

–Quería empezar temprano el día para variar –le dijo a la señorita Joan sin mirar a Paula. La dueña del local sabía leer la mente y no quería que pensara que estaba allí por ella. Ni siquiera él se permitía a sí mismo pensar en eso–. Tengo muchas cosas que hacer hoy.


 –¿Cómo por ejemplo sentarte en un taburete y ver la vida pasar? – preguntó la señorita Joan mientras se ataba el delantal–. ¿O has venido para ver trabajar a mi camarera?

 

–He venido a tomar una taza de café y un fantástico dónut de mermelada de frambuesa –le informó Pedro.


 La señorita Joan se rió negando con la cabeza.

 

–Bueno, te diré una cosa, chico. Las mentiras cada vez te salen con más soltura. ¿A tí qué te parece, Paula? ¿Pedro miente cada vez mejor?

 

Las rutinas de primera hora de la mañana eran algo a lo que Paula estaba tan acostumbrada que podía realizarlas medio dormida, cosa que algunas mañanas era una suerte. Pero no podía ir sonámbula si su mañana incluía a Pedro. Era consciente de cada movimiento que hacía, igual que de los que hacía él.

 

–Creo que su café y sus dónuts de mermelada siguen gustándole igual que siempre –respondió ella mientras esperaba a que el pulso volviese a suritmo normal.

 

La señorita Joan se quedó mirándolos a ambos.


 –Llevas dos años encargándote de los pedidos de dónuts y, si no recuerdo mal, también eres la que prepara las primeras cafeteras de la mañana. Creo que eres tú la que debería recibir los cumplidos de este chico, no yo.


 Pedro se sentó a la barra en el taburete más cercano a Paula.

 

–¿El café está preparado ya? –le preguntó.

 

–Estás de suerte –respondió ella–. La primera cafetera ya está lista – las otras dos estaban en proceso.


 Paula sirvió el café en una taza, colocó esta sobre un platito y se la acercó a Pedro. Después seleccionó un dónut de mermelada de frambuesa de la caja que habían recibido la noche anterior, lo colocó en un plato y puso el plato en la barra. Depositó la leche al otro lado. Pedro empezó a beberse el café de inmediato. A juzgar por la rapidez, pensó que lo necesitaba para despertarse. Se relajó y la miró con placer. Ya había consumido dos tercios de la taza cuando volvió a dejarla en el plato.

 

–Me siento como un hombre nuevo –declaró.


–El viejo no tenía nada de malo –contestó Paula sin ni siquiera pensarlo. 


Sorprendido, Pedro sonrió mientras la señorita Joan soltaba una carcajada.

 

–Obviamente no sabes juzgar a las personas, Paula –comentó la dueña–. Pero ya aprenderás –se volvió entonces hacia Pedro–. ¿Qué tal van los preparativos de la boda?

 

Sobresaltado, porque claramente tenía la mente en otra parte, Pedro miró a la mujer con cierto nerviosismo. 


–¿Qué boda?

 

–La boda de tu hermano Federico –especificó la señorita Joan mirándolo fijamente–. No se habrá cancelado, ¿Verdad?

 

Claro que estaba hablando de la boda de Federico. ¿A qué otra boda iba a referirse? Desde que había besado a Paula, su cerebro le jugaba malas pasadas y le hacía plantearse cosas sobre las que nunca antes había pensado.


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