miércoles, 2 de noviembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Prólogo

El ramo de flores que le había regalado a su madre por su cumpleaños había cumplido su objetivo con creces. El conjunto de crisantemos amarillos, claveles rosas y margaritas blancas se había mantenido fresco y había durado algo más de semana y media.  Sin embargo, como era de esperar, las flores empezaban a morir y ya no alegraban la sala de estar donde su madre pasaba gran parte del día. Su actual estado marchito conseguía justo lo contrario, así que era el momento de tirarlas a la basura. Pero, cuando Paula se dispuso a tirar el ramo, una margarita blanca llamó su atención. Al contrario que las otras, aquella flor mantenía parte de su vitalidad.  Sin pensárselo dos veces, sacó la margarita del ramo. Después de tirar el resto de flores a la basura, cerró la tapa del cubo y se quedó mirando la margarita que tenía en la mano. Cerró los ojos, pidió un deseo, el mismo que había pedido una y otra vez durante más de quince años. Después volvió a abrirlos. Entonces, muy lentamente, comenzó a deshojar la margarita y dejó que cada pétalo que caía saliera volando con la suave brisa que había empezado a levantarse.


 –Me quiere –susurró Paula Chaves  con una sonrisa esperanzada en los labios–. No me quiere.


 Solo pronunciar aquellas palabras ya le provocaba un dolor en el pecho. Sabía que estaba siendo una tonta, pero le dolía igualmente. Porque lo que más deseaba en el mundo era que la primera frase fuese cierta. El pétalo salió volando como su predecesor.

 

–Me quiere –recitó de nuevo al arrancar el tercer pétalo de la margarita.

 

Se le borró la sonrisa con el cuarto pétalo, pero floreció de nuevo con el quinto. Al quedar solo dos pétalos, el juego terminó de forma positiva.  Se quedó mirando el último pétalo durante unos segundos antes de arrancarlo.

 

–Me quiere.

 

Aquel pétalo, al contrario que los demás, no encontró brisa con la que salir volando, así que cayó justo a sus pies.  ¿Sería incapaz de vivir?  ¿O incapaz de marcharse? Paula suspiró y negó con la cabeza. ¿Qué sabían las flores? No era más que un juego absurdo. Al instante oyó que su madre la llamaba.

 

–¡Ya voy! –respondió ella.

 

Se detuvo un segundo, se agachó para recoger el pétalo, cerró la mano y se la llevó al corazón.  Se dió la vuelta y regresó a la casa con una sonrisa que iluminaba las comisuras de sus labios. Y los rincones de su alma. La última frase del juego se repetía en su cabeza. «Me quiere». 

No hay comentarios:

Publicar un comentario