miércoles, 2 de noviembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 2

Había acabado llamándole «Muñeca» porque ella era treinta centímetros más baja que él. A Paula le encantaba, aunque se esforzaba por que no se le notara.


 –Tomaré lo de siempre, muñeca.

 

«Lo de siempre» consistía en un café con mucha leche y un dónut de mermelada de frambuesa. En las raras ocasiones en las que aquel último no estaba disponible, Pedro se conformaba con un dónut relleno de manzana, pero la mermelada de frambuesa era su favorita y, desde que la señorita Joan pusiese a Paula al cargo del inventario y de los pedidos semanales, ella se aseguraba de que siempre hubiese suficientes dónuts de mermelada de frambuesa.  Los habría preparado ella misma si hubiera tenido que hacerlo, pero, por suerte, el proveedor que le suministraba los pedidos semanales siempre tenía de esos. Técnicamente Pedro no estaba acercándose a ella. Estaba acercándose para sentarse a la barra, tomarse su café y su dónut y charlar durante unos minutos. Con cualquier cara bonita que pudiera aparecer en la barra aquella mañana. Si estaba especialmente entusiasmado por algo o tenía algo que compartir, entonces buscaba deliberadamente su compañía como hacía siempre que necesitaba consejo o compasión. Con los años ella se había convertido en la persona a la que acudir cada vez que surgía algún problema serio. Aquella mañana Pedro tenía alguna noticia que compartir con ella. Una gran noticia, desde su punto de vista.

 

–¿A que no adivinas una cosa? –le preguntó mientras ella le llenaba la taza de café y colocaba la leche al lado. Al contrario que sus hermanos, Pedro odiaba el café solo. Para bebérselo debía tener un tono de chocolate claro.


 Paula levantó la cabeza, lo miró a los ojos, dejó la cafetera y esperó a que siguiera hablando.  Al parecer él también estaba esperando algo.


 –No estás intentando adivinarlo –dijo él.

 

–¿De verdad quieres que lo adivine? –preguntó ella, sorprendida. Pero se dió cuenta de que hablaba en serio–. De acuerdo. Pero para eso voy a necesitar una pista.

 

–Muy bien. Si quieres una pista, ¿Qué te parece esta? –preguntó él. Era evidente que disfrutaba alargando aquello–. El último mohicano.

 

Paula se quedó mirando la cara que aparecía en sus sueños al menos tres noches por semana, normalmente más. Lo que acababa de decirle no tenía ningún sentido para ella, pero no le importaba tanto lo que dijera como el hecho de que siguiera hablando. Le encantaba el sonido de su voz, le encantaba todo de él, incluso su actitud despreocupada, a pesar de ser la responsable de que fuese de mujer en mujer.

 

–¿Estás leyendo a James Fenimore Cooper? –preguntó. ¿Por qué pensaría Pedro que el título del libro significaría algo para ella?

 

–No, yo –respondió él, y se golpeó el pecho con el puño derecho–. Yo soy el último mohicano. 

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