lunes, 5 de diciembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 66

Paula se dejó llevar, se apoyó en su cuerpo y le rodeó el cuello con los brazos antes de entregarse por completo a las sensaciones que recorrían su interior.  Estaba segura de que aquello solo ocurriría una vez. Después Pedro entraría en razón, se disculparía y nunca volverían a hablar del tema. Lo sabía igual que sabía cómo se llamaba, pero no le importaba. Lo único que le importaba, lo único que deseaba, era disfrutar de aquella ocasión única, permitir que se convirtiera en un recuerdo que pudiera revivir una y otra vez cuando más sola se sintiera, solo para poder experimentar aquel deseo indescriptible. Gimió al sentir sus manos resbalando por los costados de su cuerpo, se derritió cuando él intensificó el beso y volvió a gemir cuando Pedro deslizó los labios por su cuello, cubriéndolo de besos sensuales. Sentía que su interior palpitaba, anhelando sus caricias, anticipando la unión que, aunque breve, haría que siempre perteneciera a él, sin importar dónde les llevase la vida. Desde aquella noche, Paula sería suya. Sin ser plenamente consciente de lo que hacía, empezó a tirarle de la camisa mientras, con dedos torpes, le desabrochaba los botones y lo besaba con la misma pasión con que él la besaba a ella. Envuelta en un calor cegador, notó que Pedro la empujaba hacia atrás, hacia el único lugar de la cafetería donde había un sofá. El despacho donde hacía inventario, donde Karen Davenport, la mujer del médico, repasaba las cuentas y desde el que la señorita Joan llevaba el  negocio.

 

Paula sabía que no debían estar allí. Y desde luego no debían estar haciendo lo que estaban haciendo allí, pero, mientras le desabrochaba el cinturón y se lo quitaba, supo que en esa ocasión no buscaba decoro. Antes de que ocurriera algo que les hiciera parar, deseaba que Pedro hiciese el amor con ella una vez, solo una vez. Y después de pensar que nunca iba a ocurrir, que él siempre iría detrás de otras mujeres y nunca detrás de ella, por fin iba a ocurrir. La deseaba. Ella estaba derribando sus barreras como si estuvieran hechas de papel y se vinieran abajo con cada caricia. Aunque tampoco tenía muchas barreras. Nunca las tenía, al menos en lo referente a las mujeres. Pero aquella era Paula. Paula, su amiga, a la que le contaba sus secretos… Y ahora se daba cuenta de que ella siempre había guardado un gran secreto que jamás había compartido con él. Pedro nunca habría imaginado que, bajo aquella fachada tranquila y discreta, se escondiera una mujer ardiente y sensual. Una mujer que jamás habría creído que existía.  Pero sí que existía. Y le resultaba excitante de una manera indescriptible. Una cosa llevó a la otra como si todo estuviera diseñado y, antes de poder darse cuenta, Pedro le había quitado el uniforme azul que tantas veces le había visto puesto. Al caer al suelo, la prenda dejó ver un cuerpo que le estimulaba y, al mismo tiempo, le hacía sentir humilde.


 –Tienes razón –le susurró a Paula al oído antes de seguir besándole el cuello–. Sí que has cambiado desde que íbamos a nadar desnudos al lago. Has cambiado mucho. 

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