viernes, 9 de diciembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 78

 –Entonces, ¿Los regalos no importan? –le preguntó él inocentemente.

 

Paula se rió. Pedro era muchas cosas, pero no inocente.


 –Yo no he dicho eso. Sí que importan –admitió libremente–. Porque no los espero y porque nadie tiene obligación de regalarme nada –había algo en sus ojos que Paula no entendía. No le gustaba la sensación de no poder interpretar su mirada–. ¿A qué viene hablar ahora de regalos? –preguntó sin poder evitarlo. Lo correcto habría sido dejarle hablar y después dejar el tema cuando él se cansara. Pero la curiosidad había podido con ella.

 

«¿Y si está tanteándote y quiere tu consejo para regalarle algo a una chica a medianoche? ¿Un regalo importante a medianoche?». En vez de responder, Pedro siguió bailando con ella y miró el viejo reloj que había colgado en la pared trasera de la casa. La música terminó justo cuando el reloj dió las doce.

 

–Es medianoche –le dijo ella innecesariamente.

 

–Sí, lo es.

 

–¿Puedo irme ya a casa? –insistió Paula. Por mucho que le encantara estar entre sus brazos, bailando, tenía que marcharse antes de que fuera demasiado tarde.


 –Dentro de un minuto –respondió Pedro–. Tengo que enseñarte una cosa.

 

Paula tuvo que contener sus ganas de suspirar. Tenía razón. Pedro tenía un regalo para alguna chica y quería saber su opinión. Tenía que marcharse. ¿Por qué no se lo habría enseñado antes? «¿En serio? ¿Habrías preferido eso? ¿Pasar toda la noche sabiendo que estaba aquí contigo solo por amistad, y que la mujer con la que realmente deseaba pasar el tiempo iba a recibir un regalo de Navidad mientras tú te ibas a tu casa?».

 

–¿Adónde vamos? –preguntó mientras Pedro se alejaba de las carpas.


En pocos segundos ya habían dejado atrás la fiesta. Pedro deseaba seguir andando hasta que estuvieran a solas. Pero entonces también se quedarían sin luz porque, por muchas estrellas que hubiera en el cielo, no proporcionaban suficiente luz. Y quería que Holly pudiera ver lo que quería mostrarle; además, quería ver su expresión cuando lo viera.  Esperaba no tener que arrepentirse de aquello.


 –Aquí –le dijo al detenerse–. Vamos aquí.

 

Paula miró a su alrededor. Estaban prácticamente en mitad del campo. Volvió a mirarlo sin entender nada.

 

–¿Qué hay aquí? –preguntó.

 

–Nosotros –respondió él sin más.

 

–Eso ya lo veo –dijo ella. 


Al ver que Pedro vacilaba, lo miró preocupada. Nunca antes le había costado trabajo decirle nada. ¿Sería porque iba a dolerle? Fuera lo que fuera, la espera estaba empeorándolo. Quería acabar con eso lo antes posible, como quitarse una tirita de golpe.

 

–¿Sucede algo? –le preguntó con la garganta seca.

 

–Bueno –respondió él lentamente–. Eso depende.

 

–¿De qué? –preguntó ella, y le sorprendió que pudiera pronunciar las palabras a pesar de tenerlas pegadas a la garganta.

 

–De lo que digas.

 

Paula se quedó mirándolo. ¿Desde cuándo su opinión importaba tanto? Normalmente le preguntaba lo que pensaba, pero la verdad era que Pedro era un hombre independiente y al final hacía lo que quisiese hacer. Que su respuesta fuese negativa no iba a cambiar nada, ¿Por qué entonces estaba haciendo aquella tontería?  Aun así decidió seguirle la corriente.

 

–De acuerdo –le dijo–. Estoy preparada.

 

–Eso espero –respondió él, lo cual aumentó su confusión.

 

Antes de poder preguntarle qué quería decir, Pedro se metió la mano en el bolsillo y sacó algo pequeño.

 

–Toma –dijo antes de enseñárselo.

 

Paula se quedó mirando la cajita de terciopelo que tenía en la palma de la mano.

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