lunes, 19 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 18

 —¿Y por qué tendría que pensar yo semejante cosa? —preguntó a su vez—. ¿Es que acaso no suele cumplir sus promesas?


Paula abrió la boca, pero la volvió a cerrar de inmediato. No podía alegar nada en su defensa. Antes de que tuviera tiempo de recuperarse, Pedro soltó la bomba:


—La verdad es que esta es una casa preciosa, y me pertenece, así que ¿Por qué no habría de quedarme? Después de todo, debería estar disfrutando de mi luna de miel.


Por la forma en que Paula gimió, supo que había dado en el blanco.


—Esto… Esto es horrible —se llevó las manos a las sienes, como si quisiera dar alivio a una jaqueca—. No podré soportar su acoso durante tres semanas, no creo que aguante ni tres minutos más —se dio la vuelta al oír que se acercaba el mayordomo, al que abordó en cuanto lo vio—. Por favor, señor, baje mis maletas. Me marcho ahora mismo —anunció.


—Está huyendo otra vez —declaró Pedro, desafiante.


—¿Huir, dice? —ella le lanzó otra de sus terribles miradas—. ¿Cómo se atreve? No estoy huyendo, lo único que quiero es evitar que me sigan insultando, y si no me quiere creer, es su problema.


Pedro sabía muy bien lo que ella deseaba, así que se quedó contemplando sus esfuerzos por convencerse a sí misma de que no era una cobarde. Aunque era evidente que se había zafado de la peor forma posible de un matrimonio que no le interesaba, Paula no iba a hacer lo mismo con el proyecto. Era una excelente profesional y le apasionaba su trabajo, ya se había asegurado él de hacer las averiguaciones necesarias para comprobar ambos baremos.


—No… No merece la pena este infierno, ni siquiera por esta casa — continuaba justificándose Paula, que aún así estaba fascinada por el ajado esplendor del recibidor—, ni todo el oro del mundo haría soportable tener que aguantar…


Se detuvo bruscamente con la expresión del más vivo horror pintada en su rostro, pues acababa de descubrir uno de los muchos «sacrilegios» cometidos en la casa contra su adorado estilo victoriano. El precioso suelo de madera había sido pintado a cuadros verdes y amarillos mientras que la pared había sido empapelada con uno de los diseños más feos que ella había visto en su vida. En cuanto a la iluminación, se limitaba a tres crudas bombillas embutidas en unos globos de plástico de color amarillo. Debajo habían colocado una mesa en forma de ameba que se remontaba directamente a 1972, sobre la cual había un espejo horrendo. Paula se llevó las manos a la boca para ahogar un gemido de dolor al ver una mesa plegable apoyada en otra de las paredes; encima había otra lámpara indescriptible y en la pared contraria un reloj rectangular de color amarillo del tamaño de una bandeja de desayuno que se pretendía de diseño, y que por eso tenía las manecillas en unas posiciones inverosímiles. Aquel conjunto de horrores dañaba la sensibilidad de Paula de una forma casi física. Pedro contemplaba divertido sus reacciones que iban desde la incredulidad hasta el horror. No le resultó difícil deducir que ya estaba maquinando cómo contrarrestar todos aquellos actos vandálicos.


—¿A que es bonito? —le preguntó con una gran sonrisa, a sabiendas de que estaba siendo terriblemente cruel—. Lo que más me gusta es el papel pintado. ¡Qué diseño tan encantador! 

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