lunes, 12 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 4

Distaba de ser una belleza clásica: Tenía el pelo oscuro y largo, los ojos color lavanda y una sonrisa extraña y cautivadora. Su imagen, desde luego, no podía influir negativamente en la decisión. A su favor también estaba la procedencia común de las familias Alfonso y Chaves. Ambas eran originarias de la aldea griega de Kouteopothi, y compartían creencias y tradiciones. Y lo que era más importante, ambas familias estaban unidas por la vieja promesa de dos ancianos que se habían pasado la vida maquinando para verla cumplida. Considerando esos factores, Pedro no había tardado en aceptar el proyecto. Siempre había concedido gran importancia a la lógica y al orden, de modo que, finalmente, aceptó un papel activo en toda aquella trama destinada a ver satisfecha la promesa de su abuelo. Pero los negocios lo habían obligado a permanecer mucho tiempo alejado de Estados Unidos y había tenido que cancelar diversas citas destinadas exclusivamente a conocer a Paula. A pesar de todo, la idea de casarse con ella había ido tomando forma en su cabeza, hasta el punto de que había firmado un contrato prematrimonial absolutamente justo con ellay había llegado a cambiar su testamento, lo cual, en aquellos momentos, le parecía inconcebible. Pero la pequeña señorita Chaves había irrumpido en su despacho y había dejado bien claro que pensaba aguarle la fiesta. Pedro estaba furioso. Nadie se había atrevido a romper un trato con él, y aquella no iba a ser la primera vez.


—Señorita Paula, no se va a salir con la suya —masculló, justo en el momento en que se abrían las puertas del ascensor—. Tres semanas bastarán.


Las puertas volvieron a cerrarse y Pedro inició el descenso.




En aquellos momentos, Paula se negaba a pensar en nada. Quería olvidar la cara de perplejidad de su ex prometido y concentrarse en el viaje de vuelta a Kansas City, aunque, desde luego, iba a ser un día horrible. ¿Qué demonios iba a hacer con el traje de novia? ¿Empaquetarlo?, ¿venderlo? Su madre y ella habían pasado horas bordando cientos de perlas en la pechera —perlas falsas que habían sido cuentas de muchos collares baratos comprados al peso en un mercadillo—. Pasó las manos sobre ellas. ¡Cuánto trabajo en balde! ¿En qué hora se le habría ocurrido contraer un matrimonio de conveniencia? Solo había una explicación: tenía que haber sufrido un ataque de locura temporal. Suspiró con resignación, dobló el vestido y lo metió como pudo en la maleta. Tuvo que sentarse encima de esta para poder cerrar la cremallera.


—¡No te compadezcas de tí misma, Paula Chaves! —se reprochó—. No estabas enamorada… ¡Oh, vamos, por supuesto que no! Pero si antes de verlo en persona solo lo conocías por una vieja instantánea de cuando tenía diecisiete años… —tenía que admitir que el hombre del despacho no se parecía en nada a la fotografía que su abuelo llevara en la cartera durante años.


Según el abuelo Roberto, Pedro había visitado a la familia en Kouteopothi el verano anterior a que él se fuera a vivir con ella y con Alejandra.


—La diferencia está en la sonrisa —se dijo Paula.


En efecto, el hombre que había visto en el despacho parecía adusto y grave, y desde luego muy alejado de la imagen que el abuelo le había transmitido: Siempre le había dicho que Pedro era de complexión atlética y muy divertido, y que continuamente se estaba riendo. Quizá las preocupaciones habían disipado aquella sonrisa, se dijo Paula.

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