miércoles, 7 de diciembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 72

Hasta que Pedro no se presentó en su puerta, Paula no estaba segura de si iría a llevarla a la boda de su hermano Federico o no.  Extraoficialmente, todo el pueblo estaba invitado, y habría podido ir tanto a la ceremonia como al banquete sin ningún problema. Nadie habría dicho nada, y menos después de haber ayudado en el parto de los gemelos de Luciana y de Cristian. Pero Pedro había hablado sobre la posibilidad de ir juntos antes de que se hicieran amantes, y ella no sabía si, después de que la relación diese aquel giro inesperado, seguiría queriendo que fuera, o si dejarse ver con ella en público le haría sentir incómodo por alguna razón. Y, por mucho que ella deseara asistir a la ceremonia y al banquete, por mucho que le importaran los hermanos de Pedro, no deseaba estar allí si él no quería que estuviera. Así que, cuando oyó el timbre de su casa, se quedó de piedra frente al espejo de la puerta del armario, incapaz de moverse porque de pronto las rodillas no le funcionaban.


 –¡Yo abro! –gritó Camila, y Paula la oyó correr a través del salón hacia la puerta.


 –No, tú no, jovencita –dijo su madre–. Quédate donde estás.


 Cierto que aquello era Forever, donde las puertas siempre estaban abiertas porque todo el mundo se conocía. Pero la obediencia allí era tan valiosa como en cualquier otra parte, y a Camila le habían enseñado a no abrir la puerta a no ser que estuvieran con ella su abuela o su tía. Alejandra llegó con su silla de ruedas a la puerta justo cuando Camila se detenía en seco. La niña miró a su abuela, cambiando el peso con impaciencia de un pie al otro, mientras agarraba el picaporte con las manos.

 

–¿Ya, abuela? ¿Puedo abrir ya?

 

La mujer maniobró con la silla hasta detenerse justo al lado de su nieta.

 

–Ya –dijo entonces.

 

Camila abrió la puerta con ambas manos. 


–¡Tía Paula, es Pedro! –gritó con todas sus fuerzas–. Y además está muy guapo –añadió la niña con una risita.


 –Vaya, gracias –dijo Pedro–. Esto es para tí –añadió ofreciéndole un paquete envuelto–. Me he cruzado con un señor gordo vestido de rojo y me ha preguntado si podía darte esto. Ha dicho que este año habías sido muy buena, así que no podría traerte todos los regalos a la vez. Y me ha asegurado que volverá con el resto cuando estés dormida.

 

Camila se quedó con la boca abierta y los ojos como platos.

 

–¿Has visto a Papá Noel? –preguntó con incredulidad–. ¿De verdad? –la incredulidad se volvió alegría al ver el regalo que Pedro tenía en las manos.

 

–¿Era él? –preguntó Pedro con sorpresa–. Supongo que sí, ahora que lo pienso. Debí darme cuenta al verle con esos renos.


 –¿Iba con los renos? –preguntó Camila con gran entusiasmo. Parecía que iba a ponerse a dar saltos en cualquier momento–. ¿Y cómo eran?


 –Como en las fotos –respondió Pedro, y se libró de tener que dar una descripción detallada que no estaba preparado para ofrecer.

 

–¡Tía Paula, tía Paula! –exclamó la niña al oír a su tía por el pasillo–. Mira lo que me ha traído Papá Noel. ¡Un regalo! ¿Puedo abrirlo, por favor?

 

Pero fue Alejandra quien contestó al ver la indecisión de su nieta.

 

–Ya conoces las normas, Camila. Cualquier regalo que tengas tiene que quedarse bajo el árbol hasta la mañana de Navidad.


 Camila suspiró resignada, como si llevase el peso del mundo sobre los hombros y eso le obligase a comportarse como una adulta a pesar de no querer.

 

–De acuerdo, esperaré –declaró, aunque no parecía hacerle mucha gracia.

 

–Buena chica –le dijo Alejandra acariciándole la cabeza.


 Pedro se dió cuenta de que ni Camila ni Alejandra parecían vestidas para asistir a la ceremonia. 

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