miércoles, 14 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 7

Sacudió la cabeza y se incorporó. En aquellos momentos, no tenía la fuerza mental como para sentirse sorprendida o perpleja por su indiferencia. Cerró la maleta lo mejor que pudo. Había llegado el momento de volver a casa, consolar a su madre y despedirse de su querido abuelo. Pedro se puso el polo de punto y se miró el espejo del baño de su despacho. Puesto que ya no necesitaba el esmoquin, podía ponerse algo más cómodo. Cómodo físicamente, pues en realidad estaba muy enfadado, tanto, que lo sorprendía que no le saliera humo de las orejas. Cuando volvió a entrar en la oficina, Mariano colgó el teléfono y se levantó del sillón de cuero.


—¿Cuándo va a volver?


—La próxima semana —respondió su empleado—. Le he dicho que enviaré a alguien a buscarla al aeropuerto, tal y como usted me dijo — nervioso, se puso a revolver unos papeles que había encima de la mesa—. ¿Cómo sabía que iba a aceptar? —preguntó sin poderlo evitar.


Pedro se estiró en un intento de aliviar la tensión en los músculos.


—Por codicia, Mariano. Codicia y orgullo —masculló—. Tú te limitaste a ponerle el cebo adecuado, y ella ha picado.


Mariano se puso unas cuantas carpetas delante del pecho.


—Estaba convencida de que yo era usted, señor —estaba muy serio, con una expresión casi acusadora. Pedro reprimió su enfado: Aquella era una de las desventajas de contar con un personal tan íntegro—. No pretenderá hacer algo precipitado, ¿Verdad, señor?


Algo en el tono de su subordinado hizo que despertara en su interior una llamarada de ira que le costó reprimir.


—Claro que no: Pienso planear cuidadosamente cada detalle de mi venganza.


Mariano se puso aún más pálido.


—¡Señor! Recuerdo bien que fue capaz de hacer llorar al director general de Megatronics… No pretenderá…


—¡No digas ridiculeces! No lloró, lo que pasaba era que tenía una infección en un ojo —puntualizó Pedro con una disimulada ironía—. Ese tipo no era más que un estúpido: Tiró por la borda muchos millones por no hacer caso de mis consejos, y yo lo único que hice fue hacérselo saber. La señorita Chaves —continuó— va a aprender por propia experiencia cómo trato a los que se atreven a romper las promesas que me han hecho. 


—¡Oh, no! —una gota de sudor le resbaló a Mariano por la frente.


Parecía tan asustado que Pedro no pudo por menos que sentir una punzada de compasión. Aunque su ayudante era un colaborador excelente, no podía soportar el menor asomo de rudeza. Pedro le dió un afable apretón en el hombro.


—No te preocupes, que no me la voy a comer cruda —bromeó—. Lo único que voy a hacer es dedicarle a mi ex un poco de atención.


Mariano dió un respingo que advirtió a Pedro de que el apretón empezaba a dolerle, así que retiró la mano.


—¿Acaso no crees que se merece un pequeño correctivo?


Mariano tragó saliva, pero no dijo ni una palabra. A Pedro le hubiera gustado que su segundo de a bordo demostrara algo de simpatía, pero no le dijo nada. Se quedó mirando al hombre que tenía enfrente, aferrado al montón de carpetas como si fueran un escudo.


—Quizá tu actitud sería diferente si fuera tu nombre el que corriera de boca en boca por todo San Francisco —le reprochó—, si estuvieras a punto de convertirte en el hazmerreír de la ciudad. 

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