viernes, 9 de diciembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Epílogo

Paula estaba deseando decírselo. Estaba deseando llegar a casa y decirles a su madre y a Camila que iba a casarse con el hombre con el que había soñado casarse toda su vida. Aunque había una parte de ella que deseaba entrar en casa y fingir que había decidido rechazarle solo para hacer pagar a su madre por haberle ocultado el secreto. Su madre debería habérselo dicho nada más enterarse. Pero suponía que tenía sentido dejar que fuera Pedro quien se lo preguntara. Al fin y al cabo, era su pregunta, así que se merecía ser él quien le sorprendiera.  Oírlo de sus labios había hecho que la proposición fuese perfecta.  Así que abandonó la idea de devolvérsela a su madre fingiendo que había rechazado a Pedro. Además, dudaba que pudiera engañarla. No era tan buena actriz, y menos cuando su madre sabía lo loca que había estado siempre por él. Como quería contárselo a su madre y a Camila al mismo tiempo,  sabía que eso significaría tener que llegar a casa bastante temprano. Cuando le expuso el tema a Pedro para saber su opinión, le sorprendió su respuesta.

 

–No tenemos por qué abandonar la fiesta –le dijo–. Al menos de forma permanente, si no quieres.

 

–¿Quieres decir que deberíamos esperar a mañana para decírselo a mi madre y a Camila? –preguntó ella.


 –No. Quiero decir que podemos abandonar la boda durante un rato. Tomarnos un descanso, como los anuncios en la tele. Una pausa breve. Tampoco es que tengamos que cruzar la frontera del estado para ver a tu familia.


 Aun así Paula vaciló unos instantes. Al fin y al cabo era la boda del hermano de Pedro y no quería parecer maleducada ni arriesgarse a ofender a alguien de su familia.


 –¿No te importa?


 –No me importa nada que te haga feliz –respondió él.


 Ahora que había admitido que la quería, una parte de él no podía evitar preguntarse por qué habría tardado tanto en entrar en razón. Por qué habría tardado tanto en ver lo que tenía delante de sus narices. Debería dejar de fustigarse por ello y alegrarse de haber visto definitivamente la luz. Fin de la historia. O tal vez el comienzo de una nueva historia, pensó con una sonrisa.

 

–¿Y a tu familia no le importará? –quiso saber ella.

 

–Mi familia te adora, ¿Recuerdas? Eres la heroína que trajo al mundo a los gemelos de Luciana. A sus ojos, no puedes hacer nada malo.

 

La había convencido.

 

–De acuerdo –dijo ella, le dió la mano y tiró de él hacia donde había dejado el coche–. Vamos. 


Paula sintió el corazón desbocado durante todo el camino hasta su casa, aunque el viaje pareció durar un instante. En cuanto metió la llave en la cerradura, la puerta se abrió. Alejandra estaba al otro lado con los ojos brillantes y expresión de impaciencia.


 –¿Y bien? –preguntó su madre mirándolos a los dos–. ¿Has dicho que sí?

 

–¿Sí a qué? –preguntó Camila, colgada de uno de los mangos de la silla de ruedas mientras intentaba girarla de un lado a otro. Era demasiado pequeña y ligera como para desequilibrarla.


 –¿Quieres decir que no lo sabes? –preguntó Paula con una carcajada acariciándole el pelo a su sobrina.

 

–No –respondió la niña–. Cuéntamelo, cuéntamelo.


 –Pedro y yo vamos a casarnos.

 

La niña les sorprendió al quedarse callada y mirarlos seriamente, como si estuviese analizando la información y sometiéndola a diversos criterios en su cabeza.

 

–¿Tú quieres? –le preguntó finalmente a Paula.

 

–Sí que quiero –contestó ella.

 

Camila miró entonces al hombre que estaba de pie a su lado y, en vez de hacerle la misma pregunta, le dijo:

 

–¿Vas a mudarte aquí con nosotras?

 

–Eso parece. ¿Te parece bien? –le preguntó Pedro como si fuera una adulta, actitud que Camila agradeció enormemente.

 

Cuando le preguntó lo que sentía al respecto, la niña sonrió al fin. Una sonrisa tan brillante como un rayo de sol.  Una sonrisa que se parecía mucho a la que había visto tantas veces en los labios de Paula.

 

–¡Sí! –exclamó Camila–. Me gusta mucho mi habitación y me daría pena tener que marcharme y dejarla aquí.

 

Pedro se arrodilló para estar a su altura.

 

–Bueno, pues que no te dé pena, porque no nos vamos.


 –¡Sí! –gritó la niña mientras le rodeaba el cuello con los brazos–. ¿Puedes casarte con nosotras mañana?


 –No funciona así –le explicó Pedro–. Pero lo haré en cuanto pueda.


 A Paula le brillaban los ojos cuando asintió. Intentó disimular unbostezo, pero no lo consiguió.


 –Hora de irse a la cama, jovencita –le dijo Alejandra a su nieta. Antes de sacar a Camila de la habitación, utilizando la silla de ruedas como un vaquero utilizaría su caballo para guiar al ganado, Martha miró a su hija y a su futuro yerno–. ¿Y ustedes dos por qué no se largan ya de aquí? –les preguntó con una sonrisa.


 Pedro le dió la mano a Paula.

 

–Creo que tenemos que regresar a la boda –le dijo.

 

–Me has quitado las palabras de la boca –respondió Paula.

 

–Acostúmbrate –murmuró él con una sonrisa mientras salían de la casa–. Pienso hacerlo a menudo.


 Paula lo miró confusa cuando la puerta se cerró tras ellos.


 –Creo que no entiendo… 


En vez de explicárselo, Pedro se lo demostró estrechándola entre sus brazos y besándola.


 –Oh –murmuró Paula justo antes de que sus bocas se encontraran.

 

El sonido quedó amortiguado contra los labios sonrientes de Pedro. 





FIN

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