miércoles, 14 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 9

Tras cuarenta y cinco minutos de aquella guisa, casi no podía soportar el dolor de pies y tenía tensos todos los músculos de la cara. Estaba sola en la zona de espera, hasta los más rezagados se habían ido ya en compañía de las personas que habían acudido a buscarlos; de hecho, ya empezaban a salir los viajeros del siguiente vuelo. A pesar de que había bastante bullicio a su alrededor, Paula se sentía muy sola, apoyada en aquella columna a la que casi odiaba. Empezaba a pensar que habría sido mejor idea sentarse en un rincón, así habría pasado más desapercibida y habría podido soportar mejor el dolor cada vez más intenso que le estaban haciendo los zapatos nuevos.  No quería ni pensar en que todo aquello hubiera sido una cruel broma, de modo que prefería creer que había una buena razón que explicara aquel retraso… Tal vez el tráfico. También tenía la posibilidad de volver a llamar a su oficina; en realidad, tenía el teléfono, pero no sabía cuánto tiempo le llevaría encontrar una cabina. Se maldijo por no tener móvil a aquellas alturas, cuando todo el mundo tenía, y se prometió que lo primero que haría sería comprarse uno. Quizá la persona que había ido al aeropuerto no la había reconocido, la verdad era que tenía el pelo algo más corto que en la foto… Desesperada, murmuró:


—Debería llevar un cartel que pusiera: Soy Paula Chaves.


—No hace falta —replicó una voz masculina, tan cerca que le hizo dar un respingo y llevarse la mano al pecho del susto. 


Se dió la vuelta en redondo y se lo encontró frente a ella: Alto, fuerte y musculoso. Un rayo de sol hacía que su pelo castaño oscuro reluciera como si fuera un halo. Se la quedó mirando sin decir nada. Su rostro era de rasgos angulosos, espléndidamente cincelados. Unas gafas de sol disimulaban su mirada, lo que producía un efecto inquietante, sobre todo combinado con la sombría y ciertamente irónica sonrisa que se dibujaba en sus sensuales labios.


—Señorita Chaves, he venido a buscarla —dijo con voz ronca, en un tono que convirtió aquella inocente frase en una declaración decididamente equívoca.


Sin embargo, Paula no pensó que fuera un efecto buscado: No había nada artificial en aquel hombre vestido con unos sencillos vaqueros, una camisa descolorida y botas. Todo en su actitud parecía declarar que no había el menor doblez en su carácter. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal: No podía decir cómo se había imaginado a su escolta, pero, desde luego, ni por lo más remoto se habría imaginado que podía ser un hombre tan atractivo. El desconocido carraspeó y, aunque no podía ver sus ojos, por la expresión de sus labios se dio cuenta de que empezaba a sentir cierto hartazgo, de que estaba esperando que ella dijera algo, a poder ser antes de que pasara mucho más tiempo.


—¿A… A buscarme? —repitió tontamente—. Mu… Muchas gracias. 

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