viernes, 30 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 41

 —Está delicioso —añadió la rubia, que parecía encantada de su compañía.


Él, por su parte, se aburría, pero lo peor era que no quería hacer nada por impedirlo. ¿Qué demonios le ocurría? Aquella mujer era muy guapa y él le gustaba. ¿Por qué estaba tan incómodo? Mientras comía, se las arregló para mantener su sonrisa más amable, preguntándose si la rubia se daría cuenta si no la llamaba por su nombre el resto de la velada. Al demonio con Paula, se dijo, esforzándose por recordar el nombre de la rubia. ¿María? ¿Marina? ¿Mariana? Su nombre empezaba por M, eso desde luego.


—Pedro, tengo que admitir —dijo la rubia—, que me ha sorprendido que me llamaras.


«A mí me sorprende que te haya llamado», se dijo él. La había conocido en la fiesta de compromiso del amigo de un amigo y ella le había dado su tarjeta. Él la había encontrado por casualidad y la había llamado. Necesitaba salir, estar con una mujer que no lo atravesase cada vez que lo miraba. Al menos eso pensaba él.


—Me alegro de que no hubieras quedado con nadie —dijo, aunque ya no sabía si era cierto o no.


La rubia extendió una mano para tocar la suya.


—Yo me alegro de que llamases. Lo sentí mucho cuando leí en la prensa tu reciente… Bueno, ya sabes.


Sí lo sabía, claro que lo sabía, y en San Francisco todo el mundo también lo sabía. Tendría que haber supuesto que la rubia acabaría por mencionar el tema. Levantó la vista del plato y miró a su alrededor, al patio de su mansión victoriana. ¿Por qué demonios la había llevado allí? Por supuesto, la casa era muy grande y nadie los molestaría, pero ¿Por qué allí? ¿Porqué así conseguiría humillar más a su ex? En mitad de la locura en que se hallaba sumido, ¿no pretendería con aquel gesto ponerla celosa? ¿Celosa? La verdad era que iba de mal en peor. La ocurrencia era realmente estúpida. Infantil y estúpida.


—Me parece una decisión muy sabia —prosiguió la rubia—, que hayas decidido seguir adelante con tu vida, me refiero.


—Gracias.


Cada segundo que pasaba, Pedro se iba sintiendo más irritado, pero trató de combatir esa sensación. La noche era fresca y tranquila, y el patio parecía íntimo y muy romántico. Las lámparas de gas desprendían una luz dorada y muy suave. El ambiente era perfecto, tenía que darle una oportunidad a la rubia. 


—Se trataba de un matrimonio concertado —prosiguió, con un tono muy tranquilo, lo cual, considerando su estado mental, resultaba sorprendente—. Nuestras familias son muy tradicionales. Yo no la conocía, así que creo que lo que ocurrió fue lo mejor que podía pasar.


Siguió un silencio interrumpido solo por el roce de su mano, que deslizó sobre el mantel para alcanzar la mano de la rubia. «Tanto si me acuerdo de su nombre como si no», se dijo, «Me voy a olvidar de todo lo que no sea darle lo que espera de esta cita. Creo que solo así conseguiré quitarme a esa mujer de la cabeza.»


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