lunes, 26 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 33

 —¡Vaya! Es cierto —exclamó asombrada. La extrañaba no haber encontrado ese dato en la documentación que había leído sobre la casa, aunque tenía que reconocer que había prestado más atención a los detalles arquitectónicos y estructurales que a la ubicación.


—Sí, es la costa; aunque no haya playa, me gusta pasear al borde de los acantilados. Las vistas son magníficas. Así que ya ve, tenemos más agua que la de la piscina.


Ante aquella mención, Paula bajó la cabeza, muerta de vergüenza, sin poder evitar que, en su mente, la imagen del océano se viera desplazada por otra mucho más carnal y cercana.


—Hace usted mucho ejercicio —comentó tontamente. 


—¿Qué?


Paula deseó que se la tragara la tierra. No podía admitir que lo había visto nadar desnudo todas aquellas noches, eso estaba fuera de toda cuestión.


—Ya… Ya me había fijado en la piscina.


Pedro la miraba impávido, lo que era aún peor; de esa forma no podía saber si la creía o si le importaba un pimiento que lo hubiera visto nadar desnudo. ¡Aquel hombre la exasperaba!


—Debería darse usted una vueltecita por los alrededores —comentó Pedro despreocupadamente—. No creo que en Kansas tenga muchas oportunidades de disfrutar de unas vistas como las que tenemos por aquí.


—No se crea que el Pacífico es la única vista que merece la pena — replicó Paula al punto, herida en su amor propio.


Sin embargo, nada más pronunciar esas palabras se dió cuenta de que estaba reaccionando como una paranoica. Le molestaba que él la tratara con aquel paternalismo, como si pensara que no era más que una pobre provinciana. Estaba tan nerviosa que, sin darse cuenta, había apretado el interruptor con demasiada fuerza, y este le había dejado la marca en la palma de la mano.


—He estado en Florida dos veces, y no creo que el Atlántico sea muy diferente al Pacífico —refunfuñó—. Le recuerdo que estoy aquí para hacer un trabajo, y me parece que los paseítos al borde del mar no forman parte de mis obligaciones. No estoy aquí de vacaciones, y no quiero quedarme en la casa ni un momento más de lo que requieran mis obligaciones.


Tampoco entonces su encendida perorata pareció tener el menor efecto en su adversario. Lo único que consiguió, una vez más, fue arrepentirse de sus palabras. Qué curioso. Más de una vez le había tocado tratar con clientes muy difíciles y siempre se había comportado con la mayor de las discreciones. ¿Por qué aquel hombre conseguía llevarla al límite sin esfuerzo aparente?


—Pues me alegro por usted —fue su seco comentario—. Si me perdona, voy a cambiarme para la cena.


Aunque sabía que iba a arrepentirse por lo que estaba a punto de decirle, estaba tan enfadada que no lo pensó dos veces.


—Señor Alfonso…


—¿Sí…? 


—Ahora que el abuelo ha muerto, mi madre se ha quedado sola. Como lo cuidó durante años, se siente un poco perdida. Me gustaría que viniera para poder estar con ella mientras hago este trabajo —le pidió—. Ya sé que no es una petición muy corriente, pero le ruego que la considere. Mi madre y su abuelo se conocen, tienen amigos comunes en Grecia. Unos días en esta casa, disfrutando de las vistas y de las charlas con Dion sobre los viejos tiempos serán el mejor remedio para su pena. 

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