lunes, 26 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 32

 —Ni pensarlo —murmuró entre dientes, mientras se dejaba las uñas intentando levantar el interruptor de la pared de una de las habitaciones—. No pienso dejarlo por nada del mundo. Soy capaz de soportar esta tortura psicológica.


Pero cuando oyó un ligero carraspeo a sus espaldas se quedó petrificada. Por desgracia, estaba segura de que no era el mayordomo. Con toda la calma que fue capaz de reunir, siguió con lo que estaba haciendo como si nada.


—¿Qué quiere? —preguntó sin volverse.


—No quería interrumpir su charla con el interruptor —se burló Niko mientras se acercaba a ella—. Por curiosidad, ¿Qué es lo que le responde?


Paula quitó el último tornillo y simuló estar muy interesada en el estado de la instalación eléctrica.


—Nada. Los interruptores escuchan y callan. Están mejor educados que los hombres de por aquí.


—¿A cuántos hombres conoce por aquí?


—A dos —Paula se volvió para mirarlo componiendo el gesto más profesional de que fue capaz—. Tiene usted suerte, señor Alfonso: La instalación eléctrica fue renovada hace pocos años, eso le ahorrará bastante dinero —no sabía por qué se molestaba en advertírselo. Aquel hombre tenía más dinero que naranjas había en California. ¿Qué podían significar unos cientos de miles de dólares para él? Tal vez su interés por cambiar de tema no fuera más que un mecanismo de defensa inconsciente.


—Vaya, cuánto me alegro —se apoyó en la jamba con tal gracia que a Paula la recorrió un escalofrío por la espina dorsal nada más verlo. Llevaba un chándal gris y zapatillas de correr; tenía el pelo alborotado y las mejillas arreboladas, como si acabara de hacer deporte—. Sin embargo, ya lo sabía. Hice que examinaran la casa antes de comprarla.


—Qué bien —dijo Paula, aunque la fastidiaba enormemente que hubiera vuelto a tomarle el pelo. Buscó la cámara y sacó una foto de la instalación—. ¿Me buscaba usted para algo?? —preguntó, incómoda.


Aunque estaban a más de un metro de distancia, por alguna extraña razón la intimidad con aquel hombre se le antojaba insoportable. Cada vez que lo veía, su actitud hipercrítica combinada con la sensualidad que se desprendía de cada poro de su piel tenía un efecto demoledor sobre el sistema nervioso de Paula, como un subidón de adrenalina instantáneo. Y aquella ocasión no fue una excepción. Se puso tan tensa que cuando quiso colocar otra vez el interruptor, se le cayó, no una sino dos veces. Apretando los dientes, posó la cámara en el suelo y recogió la rebelde pieza con las dos manos.


—No quería decirle nada en particular —dijo Pedro—. Solo pasaba por aquí.


—¿Es que ahora se dedica a hacer jogging por los pasillos?


—No, he estado en el mar.


—¿Qué mar? —preguntó Paula confusa.


—Ya veo que no se le daba muy bien la geografía en el colegio.


—Ya sé que estamos en la costa del Pacífico, no soy tan tonta, pero creía que esta casa estaba hacia el interior.


—Pues en ese caso debería molestarse en mirar por la ventana; desde esa, por ejemplo – Pedro le señalo el ventanal que había a sus espaldas.


¿Creía de verdad que estaba tan absorbida por su trabajo que ni tiempo tenía en fijarse en lo que había a su alrededor?, ¿o que era de esas personas a las que los árboles no les dejan ver el bosque? Aquel tipo tenía mucho descaro; era él con sus impertinencias lo único que la sacaba de quicio. Con un suspiro de pura exasperación, se dió la vuelta y se acercó a la ventana. Delante de ella se extendía, en primer plano, el bien cuidado jardín, con sus macizos de lavanda, limitado por un muro que lo separaba de un prado bordeado de pinos, cedros y robles. Y para sorpresa de Paula, más allá relucía el océano bajo el sol de la tarde. 

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