viernes, 30 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 43

Se levantó de la cama y comenzó a pasearse por la habitación. Odiaba la ansiedad que la mera mención del nombre de Pedro le provocaba. Mientras se paseaba, inquieta, apresuradamente comenzó a crecer en su interior una sensación de auto reproche. ¿Reproche? ¿Qué podía reprocharse, excepto haber aceptado en un primer momento aquel estúpido matrimonio concertado?


—¡Nada! —murmuró, pero la sensación no se disipaba. Su mente se empeñó en preguntar: « ¿Y cuándo ha sido tan cruel, vengativo, manipulador y grosero?»


—¡Ja! Resultaría más fácil decir cuándo no lo ha sido. Comenzó a enumerar todo lo que tenía contra él.


—Me ha arrastrado hasta aquí con el único objetivo de hacerme la vida imposible. Eso es manipulación. Aprovecha cualquier motivo para recordarme el daño que le he hecho. Me insulta cuando me ignora durante las comidas y me espía cuando trabajo, como si creyera que me voy a acobardar y a salir corriendo.


Sí, en efecto, había muchos argumentos en contra de su ex, pero su mente se obstinaba en volver al beso.


—Ese ha sido su gesto más cruel. Porque con ese beso solo pretendía humillarme.


Durante la siguiente hora de paseos por la habitación, tuvo oportunidad de salir al balcón, desde donde se divisaba con claridad la mesa del patio, iluminada con lámparas de gas. Habían quitado la mesa y Pedro y su rubia acompañante se habían marchado. Paula tragó saliva varias veces, tratando de aflojar el nudo de su garganta.


—Mejor —se dijo—, me alegro.


Su mente se vió asaltada por imágenes lascivas y se apartó del balcón para proseguir con sus inquietos paseos. «Lo que haga Pedro no es de mi incumbencia y, además, me importa un comino. Tiene derecho a salir con quien le dé la gana. Es soltero y sin compromiso, así que… Yo no tengo ningún derecho sobre él. No es mi prometido, es mi cliente». Ya, pero aun así, había llevado a su amante a aquella misma casa y la había cortejado delante de sus narices. Había que admitir que, por una vez, Enrique tenía razón. Pedro se había comportado con una crueldad que no tenía justificación. «Sobre todo, ahora que sabes lo bien que besa», dijo en su interior una voz burlona.


—¡Oh, cállate de una vez! —se reprendió, y siguió caminando arriba y abajo.


La noche seguía su curso. Se metió en la cama tres veces y las tres veces tuvo que levantarse, presa de la inquietud, y siguió caminando. Era una estupidez, pero no podía dejar de pensar en Pedro y en su amante, que habían abandonado la mansión hacía ya unas cuantas horas. En aquellos momentos, él estaría en algún lugar de San Francisco con su amiga. Dejó escapar un gemido y retiró las sábanas por cuarta vez. Se levantó de un salto, furiosa consigo misma porque sentía fijación por un hombre que la detestaba. Se desprendió del camisón y se puso el albornoz y, antes de que tuviera tiempo de reflexionar sobre lo que estaba haciendo, se encontraba al pie del trampolín, lista para zambullirse en la piscina. 

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