viernes, 30 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 42

Paula estaba sentada a la mesa metálica del comedor, «Disfrutando» de otra cena que apenas era capaz de tragar. Y no era que a la comida le pasara nada, al contrario, estaba tan deliciosa como siempre. El problema eran su madre y Enrique, que insistían de nuevo en el gran error cometido. Hablaban de ella como si ni siquiera estuviera presente. Furiosa y humillada, seguía masticando, aunque si aquellos dos seguían insistiendo, acabaría por estallar como un volcán. ¿Es que pretendían que se volviese loca? Ni siquiera cuando utilizaban el griego se detenían. Ella lo sabía porque hablaba el griego tan bien como el inglés.


—Debo admitir —señaló Enrique, asintiendo tristemente—, que ha sido un gesto muy feo por parte de Pedro invitar a esa mujer aquí —dijo, y apoyó una mano en el brazo de Paula—. Me disculpo por el comportamiento de mi nieto. Ha sido algo…


Parecía confuso y preguntó la traducción de una palabra griega. Cuando Alejandra se detuvo a pensarlo, Paula miró al cielo con exasperación.


—Lascivia —dijo, agachando la vista para pinchar un trozo de tomate—. La palabra que buscas es «Lascivia».


A continuación se concentró en la ensalada tratando de conjurar la imagen del «Lascivo» Pedro en compañía de su supuesta amante.


—Ah, sí —dijo Enrique—. En fin, perdona la lascivia de mi nieto. Mira que traer aquí a esa mujer, delante de las narices de Paula. Eso no se hace, no señor, eso no se hace.


—Oh, no, Enrique, te equivocas —intervino Alejandra, que, si las miradas matasen, habría muerto en aquel mismo instante bajo la mirada de su hija—. Pedro no es lascivo, solo es un hombre y los hombres tienen deseos, necesidades —sentenció, mirando a Paula al pronunciar estas últimas palabras. 


Paula dejó el tenedor sobre el plato con un sonoro golpe. Ya había soportado durante bastante tiempo aquella pequeña tragedia griega.


—Si me disculpan,  dijo, con toda la calma de que era capaz—. Pueden hablar de los deseos y las necesidades de Pedro el tiempo que quieran, pero tendrán que hacerlo sin mí. Hasta mañana.


Salió del comedor, cruzó el vestíbulo y subió a refugiarse en su habitación. Los deseos y las necesidades de Pedro. Evidentemente, su madre había perdido el juicio en el viaje a California. Qué gran descubrimiento. «Los hombres tienen deseos, necesidades»; qué mente tan brillante, a lo mejor le concedían el Nobel por semejante descubrimiento. Paula se sentó en la cama y cubrió con las manos sus ojos, bañados en lágrimas. Nadie tenía que recordarle que a su abuelo se le rompería el corazón si pudiera enterarse de su ruptura, ni que Pedro tenía deseos y necesidades. El beso de aquella tarde lo demostraba con creces. Un beso que, además, había conseguido sensibilizarla con respecto a todo lo que proviniera de él. Incluso antes de aquel beso, había soñado con él varias noches seguidas y, en aquellos sueños, su papel no era otro que el de satisfacer las necesidades y los deseos sexuales de él. ¿Y si, como señalaba su madre, había cometido un «Gran error»? Sí, en efecto, había cometido un grandísimo error, pero no el de no casarse con Pedro, sino el de prestarse a aquel estúpido matrimonio de conveniencia. De acuerdo, era guapo, rico, inteligente, e incluso un caballero cuando quería. Pero también era cruel, vengativo, manipulador y grosero; «Virtudes» que ninguna mujer querría en su marido. 

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