viernes, 23 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 29

Se había quedado fascinado al ver lo que había pedido para desayunar. Encantado, a decir verdad, pero, por suerte, ella había tomado su gesto de sorpresa por franca desaprobación. Maldita fuera y maldita la hora en que se le ocurrió ponerse aquella ropa tan sugerente. No había considerado esas posibilidades en sus bien trazados planes, y no sabía cómo enfrentarse a ellas.


—Vaya, vaya, ¡Pero qué reunión tan animada!


A Pedro no le hizo falta levantar la cabeza para darse cuenta de que su abuelo acababa de hacer su entrada: Un hombre robusto de unos setenta y tantos años, con una espesa mata de pelo gris y paso juvenil. Llevaba un traje oscuro, una corbata discreta y una camisa blanca, prendas que constituían su atuendo habitual. Lucía un impresionante mostacho y cada vez que sonreía, su rostro se contraía en mil arrugas en torno a la boca y a los ojos, casi ocultos bajo dos pobladas cejas.


—¡Abuelo! —exclamó Pedro—. ¿Desde cuándo te dignas a honrarnos con tu presencia a estas horas tan tempranas? 


El anciano hizo caso omiso de la ironía implícita en las palabras de su nieto.


—He venido en cuanto me he enterado de que había llegado esta pequeña traidora —replicó con su fuerte acento griego y sin quitar la vista de encima a Paula, que se había puesto colorada. El anciano le asió una mano y se la besó gentilmente—. Debería estar muy enfadado contigo, hijita —empezó—. Sin embargo, nadie podrá decir nunca que Enrique Alfonso no ha tratado con respeto a una mujer —le soltó la mano y la miró con expresión más seria—. Sentí mucho lo del pobre Roberto —le dijo mientras sacaba su rosario del bolsillo y se ponía a juguetear con las cuentas—. Ha sido una pérdida irreparable.


—Gracias —murmuró Paula—. ¿Usted fue al funeral, verdad?


—Sí, pero, dadas las circunstancias, solo estuve un momento. Pensé que sería mejor que nos conociéramos cuando hubiese pasado un poco de tiempo. La terrible vergüenza que pesa sobre nuestras dos familias todavía era muy reciente.


Pedro dejó el periódico sobre la mesa y se recostó en la silla. A pesar de su suave tono, Enrique le estaba soltando a Paula una filípica de padre y muy señor mío; con toda cortesía, le estaba diciendo que consideraba lo que había hecho un crimen imperdonable, no solo ofendía a su nieto sino que arrojaba la deshonra sobre la familia entera. La pobre chica no sabía dónde meterse. No cabía duda, se dijo admirado, de que su abuelo sabía hacer las cosas con estilo. Sin embargo, pensó que sería mejor terminar con aquella situación, no fuera a ser que ella se marchara de la habitación y los dejara con la diversión a medias, así que se decidió a interrumpir.


—Abuelo, ¿Por qué no te sientas con nosotros? ¿Ya le has dicho a la cocinera lo que quieres desayunar?


—Sabes de sobra lo que pienso de esos comistrajos americanos, Pal —refunfuñó el viejo—. Le he pedido que me traiga un plato de higos y un poco de pan.


—Seguro que le encanta el cambio. Anda, siéntate y sírvete un poco de café —Pedro se volvió hacia Paula. Mi abuelo se quedará con nosotros mientras duren las obras, señorita Chaves —abrió el periódico y se escudó detrás de él—. Hará de árbitro —la joven farfulló algo ininteligible—. Perdone, ¿Cómo dice?

No hay comentarios:

Publicar un comentario