viernes, 9 de diciembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 77

 –De acuerdo. Tú sigue pensando eso –volvió a mirar el reloj. Ya era casi medianoche. Tenía que irse antes de acabar exhausta–. Bueno, ha sido una velada encantadora y una ceremonia preciosa, pero voy a tener que pedirte que me lleves a casa. O mejor aún –miró a su alrededor mientras hablaba–, quizá le pida a uno de los hermanos Murphy que me lleve.

 

–¿Uno de los hermanos Murphy? –repitió él con el ceño fruncido–. ¿Por qué?


 Cierto, Pedro no olía como si hubiera estado bebiendo, pero algo pasaba. Actuaba de una manera extraña aquella noche, y ella daba por hecho que era por el alcohol. No quería que corriese el riesgo.

 

–Bueno, Bruno y Joaquín no parecen estar bebiendo –le explicó– y, aunque no estemos en Dallas, es más seguro meterse en carretera estando completamente sobrio… Sobre todo de noche.

 

Pedro le agarró la mano y entrelazó los dedos con los suyos.

 

–Hay tiempo de sobra para llevarte a casa –le aseguró cuando ella se quedó mirándolo–. Unos pocos minutos más no cambiarán nada. Baila conmigo –añadió al ver que Holly abría la boca, sin duda para protestar.

 

–No hay música –señaló ella.

 

Pedro levantó la mano que tenía libre.

 

–Espera –le dijo, ladeó la cabeza y siguió su propio consejo.

 

Si de ella hubiera dependido, se habría quedado a su lado hasta que se acabara el mundo. Pero tenía que pensar en Camila y eso lo cambiaba todo.


 –Pedro, de verdad, tengo que…

 

–¿Ves? Ahí está –le dijo él cuando la banda de Joaquín, al terminar sus quince minutos de descanso, comenzó a tocar de nuevo. Era una canción lenta que a Pedro le pareció perfecta–. Solo has de ser paciente –añadió mientras la arrastraba hacia la pista de baile que sus hermanos y él habían construido para la ocasión el día anterior. Habían tenido que trabajar todos juntos durante la noche para hacerlo realidad. Pero ese era el tipo de cosas que hacían sus hermanos y él; hacían lo imposible en poco tiempo.

 

–Eso sí que tiene gracia –murmuró ella mientras empezaba a relajarse.


Pedro la miró a los ojos y se permitió perderse en ellos durante unos instantes.


 –¿El qué?


 –Que tú me digas que sea paciente –«Llevo siendo paciente toda mi vida, Pedro, esperando a que te fijaras en mí aunque fuera un poco». 


–¿Estás insinuando que soy un impaciente? –preguntó él con una sonrisa, a pesar de intentar sonar serio.


 –No. No lo insinúo –respondió ella con una carcajada que se reflejó en sus ojos–. Lo digo abiertamente.

 

–Puede que lo fuera –admitió él–. Pero ese era el antiguo yo. El nuevo yo es muy paciente.


 «Sí, claro. Eso nunca pasa», pensó ella. Pero decidió seguirle la corriente.


 –¿Y con qué está siendo paciente el nuevo tú? –preguntó, e hizo lo posible por no reírse. Todo el mundo sabía que Pedro era la definición de la impaciencia.

 

Pedro decidió que lo comprendería mejor más tarde.

 

–¿Por qué no seguimos hablando de eso luego?


 –De acuerdo –convino ella, convencida de que, cuando llegara ese «Luego», Pedro ya se habría olvidado por completo del tema. Eso sí que sería típico de él.

 

No era que estuviera mintiendo a propósito, simplemente era incapaz de recordar todo lo que decía. Eso era parte de lo que era y ella lo aceptaba, lo aceptaba todo con tal de poder disfrutar de aquellos preciados momentos con él, para poder revivirlos después en su cabeza hasta haber agotado los recuerdos. «Jamás me olvidaré de esto, Dios. Gracias», pensó.

 

–Ya casi es Navidad –le dijo Pedro.

 

–Lo sé –respondió ella–. Te lo he dicho antes. Por eso tengo que irme a casa.


 –No se abren los regalos hasta el día de Navidad, ¿No? –le preguntó él de pronto.

 

–Es una tradición –explicó ella–. Cuando no tienes muchos, te gusta alargarlo un poco, quedarte mirando tu regalo e imaginar qué podrá ser –se preguntó si Pedro querría saber por qué su madre le habría dicho a Camila que pusiera su regalo bajo el árbol en vez de permitirle abrirlo en aquel mismo momento–. Mi madre y yo malcriamos a Camila, pero no le hará ningún mal esperar un poco, como hacía yo.


 –Nunca pensé que fueras pobre –confesó él.

 

–Yo no me sentía pobre –respondió ella apresuradamente, pues noquería que pensara que buscaba su compasión–. Pero, a posteriori, echando la vista atrás, me di cuenta de que no tenía muchas cosas, cosas materiales, igual que los demás niños. Sin embargo –añadió, porque siempre intentaba verle el lado positivo a cualquier situación–, eso me hizo ser más fuerte y menos materialista.

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