lunes, 5 de diciembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 69

¿Acaso no lo entendía? ¿Por qué tenía que explicárselo con detalles?


 –Maldita sea, muñeca. Te he arrebatado algo. Te he arrebatado tu inocencia, tu virginidad.

 

De pronto Paula se dió cuenta de que no se sentía decepcionado, se sentía culpable.

 

–No me has arrebatado nada que yo no deseara darte –insistió. 


Tomó aliento e intentó bajar la voz un par de decibelios. Tal vez Pedro deseara que hiciera como si no hubiera pasado nada. Podría darle ese capricho… O fingir que lo hacía.


 –Mira, lo que ha pasado ha pasado. Seguiremos con nuestras vidas – le dijo, rezando para que fuera cierto, para que Pedro no se distanciara de ella como se había distanciado del resto de mujeres con las que había estado.

 

–¿No lo comprendes? –le preguntó él, intentando no pagar su rabia con ella–. Deberías haberme dicho que eras virgen.

 

«Deja el tema, Pedro. Deja el tema», pensó ella.

 

–Por si no te has dado cuenta, no hemos hablado mucho. Mira, si sientes que has perdido el tiempo, lo pillo. No necesitas explicarme…

 

–¿Perder el tiempo? –repitió él–. Paula, he perdido el tuyo. Tu primera vez debería haber sido especial.

 

Paula lo miró y supo que iba a arriesgarlo todo al decir lo que estaba a punto de decir. Pero también supo que debía ser sincera con él. La sinceridad formaba parte de su personalidad. Si le daba la espalda a eso, estaría dándole la espalda a su alma también.


 –Lo ha sido –confesó mirándolo a los ojos.

 

Aquello le desarmó. Pedro no tenía idea de qué decirle. Se quedó sin palabras, sin el encanto que habitualmente le salía sin esfuerzo. Era su mejor amiga. Acababa de hacer el amor con su mejor amiga. Y ni siquiera estaba borracho para poder echarle la culpa al alcohol.  Sabía que por la mañana iba a tener que darle muchas vueltas para solucionarlo. ¿Y si no podía solucionarlo? Pero en aquel momento estaban allí, en aquella pequeña habitación, con nada salvo el calor que ambos habían generado. No era el momento de ceñirse a las normas. Era el momento de empezar a crear nuevas normas.

 

–¿La señorita Joan vuelve aquí alguna vez después de haber cerrado? –le preguntó a Paula.


 Ella lo pensó durante unos segundos y negó con la cabeza.


 –No, que yo sepa –confesó–. Solo había cerrado un par de veces antes. Nunca ha dicho nada sobre volver. Cuando se marcha, la señorita Joan pasa el resto de la noche con Juan. A veces dice que siente que le engaña al trabajar tantas horas –ladeó la cabeza y lo miró–. ¿Por qué?

 

–Bueno –respondió Pedro, y escogió sus palabras con calma mientras deslizaba los dedos por su pelo–. Solo quería asegurarme de que no íbamos a tener que vestirnos apresuradamente porque volviera a la cafetería a por algo.


 –En fin, supongo que siempre cabe esa posibilidad –admitió ella, e hizo todo lo posible por disimular la sonrisa que se asomó a sus labios.


 Su corazón le decía que todo saldría bien.

 

–¿Qué me dices? ¿Te sientes afortunada? –le preguntó Pedro. La miró a la cara e intentó interpretar su expresión. ¿Estaría tomándole el pelo o hablaría en serio?

 

–Tal como yo lo veo –respondió Paula–, ya soy afortunada.

 

–De acuerdo. Entonces, ¿Qué me dices? ¿Uno para el camino?

 

–El camino –dijo ella mientras acercaba su boca a la de él– Puede esperar. 

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