miércoles, 21 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 23

Paula negó con la cabeza, sonrojada hasta las orejas. Por supuesto, él tenía razón: Su intención había sido insultarlo, pero cuando lo dijo no sabía que Pedro estaba escuchándola. También era mala suerte que se le hubiera ocurrido abrir la bocaza precisamente la única vez que no había detectado su presencia.


—¿Por qué no puedo llamarte sencillamente Paula? —insistió—. No sé por qué tenemos que ser tan formales.


Ella se agachó sobre su taza, como si le interesara enormemente el contenido. No era más que otra patética maniobra de dilación, ya no podía eludir un segundo más la cuestión. ¿Qué podía hacer? ¿Quemar las cortinas, quizá? No era tan mala solución: seguro que en la cárcel importaba bien poco el problema del tratamiento que tanto la angustiaba en aquel momento. Pedro volvió a la carga, como si no se diera cuenta de su incómodo silencio.


—Después de todo, si nos hubiéramos casado, te llamaría Kalli.


Aquellas palabras fueron como un puñetazo en el estómago. Levantó la cabeza como si le hubiera picado una serpiente.


—Escuche, señor Alfonso, sé que lo que pretende es volverme loca, y lo entiendo, tiene usted todo el derecho del mundo a sentirse ofendido. No debí haber roto el compromiso de la forma en que lo hice. Puede estar enfadado conmigo todo el tiempo que quiera. Lo único que puedo decir en mi defensa es que lo lamento muchísimo, que me siento profundamente avergonzada, y que si pudiera volver atrás, habría actuado de otra forma — puso las manos sobre la fría superficie de la mesa, parpadeando con furia para evitar las lágrimas—. La verdad, señor Alfonso, considerando cuáles son sus sentimientos hacia mí… Me refiero a que los dos sabemos que yo no le gusto, y que tampoco confía en mí… Bien, pues si lo desea, si así considera que su orgullo queda a salvo, puede maltratarme de palabra y obra cuanto quiera, pero no espere que yo lo llame Pedro —se levantó con tanta precipitación que casi tiró la silla al suelo—. Y respondiendo a su pregunta, le diré que prefiero que me siga llamando señorita Chaves. Y ahora, si me perdona, subiré a mi habitación; tengo que descansar si quiero levantarme pronto mañana para continuar con mi tarea. Le aseguro que voy a acabar con este trabajo, y lo voy a hacer tan rápido y bien como me sea humanamente posible. Cuanto antes desaparezca de su vida, señor Varos, antes seremos los dos mucho más felices. ¿Lo he dejado claro?


Se quedaron mirándose sin decir nada, durante un momento que a Paula se le antojó el más largo de su vida. Por fin, él asintió:


—Sí, lo ha expresado usted con una claridad meridiana.


De pronto, ella se dió cuenta de lo que acababa de hacer: ni una palabra de su ardiente discurso, ni una sola, había sido dictada por la razón o el sentido común. Estaba tan rabiosa consigo misma que le daban ganas de comerse la mesa. Toda aquella perorata no había sido más que un cúmulo de errores. ¿Qué diantres le pasaba? Ella jamás gritaba a nadie, y mucho menos cuando se suponía que estaba pidiendo disculpas. ¿Por qué aquel hombre tenía sobre ella el efecto de ponerla al borde de la locura? No solo su pretendida defensa había sido expresada de la forma grosera posible, sino que, además, había puesto en peligro su trabajo, la oportunidad de su vida. 

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