lunes, 19 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 20

 —Sí —exclamó en voz alta y clara—, merecerá la pena y aunque el señor Alfonso se empeñe en hacerme la vida imposible —con una mirada de determinación, se volvió hacia la puerta, desafiante—. No me importa que su plan para estas vacaciones sea ponerme cada día las cosas más difíciles, señor Alfonso. Lo único que me preocupa es este trabajo, y pienso sacarle adelante. Le demostraré que soy más fuerte de lo que usted cree, y convertiré esta especie de casa de la familia Monster en una auténtica belleza.


Paula no estaba dispuesta a pasar un minuto más de lo estrictamente necesario bajo el mismo techo que Pedro Alfonso, así que al día siguiente, muy temprano, empezó a visitar la casa habitación por habitación, tomando numerosas fotos y garabateando notas y esquemas en un bloc. Cada estancia la maravillaba y la repelía a la vez. Supuso que el señor Alfonso había comprado la casa con el mobiliario incluido; no quería ni imaginar que se hubiera gastado ni un céntimo en completar la decoración con algún elemento a juego con lo que ya había… Algo totalmente indispensable; a no ser que tuviera mucho más dinero que sentido común… Lo que, pensándolo bien, no tenía por qué ser necesariamente imposible. A fin de cuentas, alguien tenía que ser el responsable del lamentable estado de la casa. Aunque se preciaba de ser capaz de mantener la concentración hasta en las más adversas circunstancias, siempre presentía cuándo Pedro estaba cerca. Parecía como si todos sus sentidos estuviesen alerta, pues no le costaba ni un segundo advertir el rumor de sus pasos o la fragancia de su loción, lo que de inmediato provocaba que perdiera el hilo de lo que estaba haciendo. Se sentía furiosa y exasperada consigo misma. ¿Tan agobiada estaba por su presencia que no podía relajarse ni un segundo? ¿Tanto miedo le tenía? En un momento dado, se obligó a centrarse en lo que tenía entre manos: Arrancó un trozo de papel pintado y descubrió los restos de un panel de madera tallado a mano. Gracias al cielo, ese fue el revulsivo que la ayudó a seguir trabajando sin pensar demasiado en su ex prometido. La tarde transcurrió sin más sobresaltos. Pedro no apareció ni una sola vez de hecho, ni siquiera bajó a cenar, así que Paula permaneció completamente sola en la enorme estancia, tan grande que hubiera podido albergar sin problemas dos autobuses. En medio de un silencio sepulcral, apenas picoteó un exquisito y exótico guiso de cangrejo. Todo su interés se centraba en los detalles de la estancia. Las paredes, antaño cubiertas de paneles de madera de castaño, estaban pintadas hasta media altura de un feo color naranja, a juego con un psicodélico papel pintado que ofendía a la vista de tal modo que ganas le daban de esconderse debajo de la mesa… Cosa que habría hecho de no tratarse de semejante monstruosidad con las patas de metal y la superficie de fría serpentina.


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