viernes, 30 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 45

 —Aunque solo esté disfrutando de esto la mitad de lo que imagino — dijo—, le juro que me vengaré.


Pedro se limitó a sonreír de nuevo.


—Ah, pues mañana mismo, señorita Chaves —dijo, con tanta impertinencia que daban ganas de matarlo—. Tenía pensado nadar otra vez. ¿Le parece bien a las once?


Con esas palabras comenzó a alejarse. Con cada paso, aumentaba la indignación de Paula. 


—¡A propósito! —gritó sin poder contenerse—. ¿Cómo es que ha vuelto tan pronto? ¿Es que su cita no ha sido tan provechosa como esperaba?


Pedro se paró en seco y giró sobre sus talones. Pero no respondió. ¿Por qué iba a hacerlo? Paula sabía muy bien que había lanzado un desafío ridículo. Apenas había podido ver a la rubia, pero lo que había visto le bastaba para saber que estaba loca por los huesos de su ex prometido.


—Buenas noches, señorita Angelis —dijo él, dió media vuelta y desapareció entre las sombras de la noche.



Pedro jamás imaginó que pasaría la noche acurrucado al borde de su cama, maldiciéndose. Comenzaba a arrepentirse de haberse dejado llevar por su sed de venganza.


—¿Tienes idea de cuánto daño me ha hecho tu absurdo gesto? — musitó, imaginando el rostro de Paula.


¡Maldita sea! Estaba tan ansioso por vengarse que había ignorado cualquier otro sentimiento —hasta aquel maldito beso, claro—. Y aquella noche, cuando ella había dejado caer su bata, se había sentido igual que si le hubieran dado una patada en el estómago con una bota de acero. Recordar aquel momento no le causaba ningún bien. Apretó los dientes y se maldijo, una vez más. El experimento con la rubia había sido un fracaso absoluto. Al acompañarla a casa, tuvo el repentino e inesperado deseo de dejarla plantada en la puerta, cosa que quedaba muy lejos de su plan original, naturalmente. Pero un frío descontento lo invadió, al tiempo que le dominaba un deseo imperativo de volver a la mansión. Dejar plantada a su amiga no había sido fácil, sobre todo porque ella se colgaba de él como si fuera una lapa. Y como no tenía otra elección, había decidido salir de aquella situación llamándola por otro nombre. En cuanto la llamó por un nombre distinto al suyo, Pedro confirmó una sospecha que abrigaba desde hacía mucho tiempo. Era posible que una mujer te deseara, te quisiera, que no aceptara un «No» por respuesta, pero si la llamabas Marina cuando su nombre era Mariana, se convertía en hielo al cabo de un segundo. Su sonrisa se debía menos al humor que a la sorpresa. Había pasado una noche horrible.


—¿Por qué no me he dejado llevar? ¿Por qué? —se preguntó, apretando los dientes, perplejo ante su propio comportamiento.


¿Por qué no se había dejado llevar por los sensuales gestos de su acompañante? ¿Por qué se había sentido desplazado, fuera de lugar, sin el menor interés? ¿Cuál era el problema? La continua punzada que sentía al pensar en Paula ¿No era indicio evidente de que se trataba de un caso de desear lo que no se podía tener? ¿El deseo por la fruta prohibida? En ese caso, sentiría un gran alivio cuando el pequeño y maduro melocotón finalizara su trabajo y regresara a Kansas. 

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