viernes, 9 de diciembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 79

 –¿Toma qué? –preguntó ella. Se obligó a sí misma a no llorar, pero ya sentía que empezaban a escocerle los ojos. Pedirle opinión sobre el anillo que había comprado para otra mujer sería demasiado cruel.


 –Toma –repitió él con más insistencia–. Ábrelo.


 Paula sintió que el corazón se le caía hasta los pies. Su momento con él había terminado. No estaba preparada para ello, pero así era. Sin más. Se obligó a levantar la caja y la abrió. Dentro estaba el anillo de diamantes más bonito que había visto jamás.

 

–¿Y bien? –preguntó él con impaciencia. Era evidente que a Paula le había gustado. ¿Por qué entonces no decía nada?

 

–Es precioso –susurró ella.


 –¿Pero? –preguntó él al notar la vacilación en su voz.


 –Pero nada. Es precioso –repitió Paula Tomó aliento y lo miró a los ojos–. ¿Para quién es?


 Pedro estuvo a punto de quedarse con la boca abierta.

 

–¿Hablas en serio? –preguntó.

 

A Paula le escocían los ojos más que nunca. Era cuestión de tiempo que empezaran a brotar las lágrimas. Tenía que marcharse antes.


–Por favor, no juegues conmigo, Pedro. Sí, hablo en serio. ¿Para quién es?

 

–Para tí, idiota –¿Cómo era posible que no se diera cuenta?

 

–No soy idiota –respondió Paula indignada–. Soy… ¿Para mí? –se quedó mirándolo con la boca abierta al ser consciente de sus palabras–. ¿Me estás regalando a mí el anillo?


 ¿Por qué si no pensaría que se lo había dado?


 –Sí –insistió él.


 Cualquier otra persona habría dado saltos de alegría al saber que el anillo era suyo, pero Paula no era cualquier otra persona, y Pedro tampoco. Con él había que dejarlo todo claro antes de permitirse dar rienda suelta a sus sentimientos.


 –¿Por qué?

 

¿Todavía necesitaba explicaciones? Aquello era más difícil de lo que había esperado… Pero por Paula merecía la pena. 


–Porque pensaba que querrías que esto fuera algo tradicional.

 

–¿Esto? –preguntó ella, negándose aún a aceptar lo evidente por miedo a que le hiciera daño.


 Pedro no pudo más que quedarse mirándola. Estaba siendo muy claro. ¿Por qué se resistía?


 –¿Por qué estás haciéndolo tan difícil? –le preguntó–. Estoy pidiéndote que te cases conmigo.


 Paula se quedó sin palabras durante unos segundos.

 

–No es verdad. Lo que estás haciendo es confundirme. No se ha hablado de matrimonio –la cabeza empezó a darle vueltas y el corazón comenzó a latirle tan deprisa que pensó que iba a desmayarse–. ¿De verdad estás pidiéndome que me case contigo?

 

–¡Sí! –gritó él–. ¡Por fin! –añadió aliviado. Empezaba a pensar que no lo entendería nunca.


 –¿Por qué?


 –¿Qué quieres decir?

 

–¿Por qué? –repitió ella–. Son dos palabras muy sencillas. ¿Por qué me pides que me case contigo? ¿Has bebido demasiado? ¿Has apostado a que podrías casarte a medianoche o…?


 –Es porque te quiero, maldita sea –respondió él–. Te quiero, y estas dos últimas semanas me he dado cuenta de que he estado perdiendo el tiempo, yendo de mujer en mujer cuando tengo a mi lado a la única mujer que necesito.

 

Se quedó mirándola a los ojos durante unos segundos, buscando alguna señal de compromiso, de aceptación.

 

–Eres mi mejor amiga y no puedo dejar de pensar en ti. No quiero dejar de pensar en tí. Nunca –enfatizó–. Cásate conmigo, Paula.


 Estaba pidiéndole que se casara con él. Estaba pidiéndoselo de verdad. Aquello no era un sueño.

 

–¿Cuándo? –preguntó.


 –Cuando estés lista. Ahora, si quieres que vaya a buscar al cura –le dijo él, dispuesto a sacar al hombre de su casa, situada detrás de la iglesia.

 

–Espera, espera. Esto va demasiado deprisa –una parte de ella aún pensaba que iba a despertarse en cualquier momento–. Aun a riesgo de arruinar algo que he estado esperando desde la primera vez que te ví, tengo que decirte algo –tomó aliento antes de continuar–. Has de saber que no solo te casas conmigo.

 

–¿No? 


–No. Tengo responsabilidades, Pedro. Tengo que cuidar de Camila. No puedo darle la espalda sin más.

 

¿Eso era todo? A él le encantaba Camila. Entre otras cosas porque podía hablar con ella. Eso no siempre era posible con niños de su edad.


 –No te estoy pidiendo que lo hagas.

 

–Y además está mi madre –continuó Paula con nerviosismo. No quería ahuyentarlo, pero sus responsabilidades eran las que eran–. Es independiente y testaruda, pero no puedo dejarla sola.

 

–Lo sé –contestó él con una sonrisa–. Me cae bien tu madre. Sé que a ella también le caigo bien. Y me dijo que te resistirías, pero que siguiera insistiendo hasta agotarte.


–Un momento –algo no tenía sentido–. ¿Has hablado con mi madre de esto?

 

–Sí –la conversación había sido larga–. ¿Por qué crees que no ha venido a la boda? No quería que estuvieras distraída cuidando de ella y de Camila. Tengo su bendición, por cierto –le dijo–. Lo que necesito ahora es la tuya.

 

¿De verdad creía que hacía falta preguntarlo?

 

–La has tenido desde el principio –respondió Paula, y dejó que las lágrimas resbalaran libremente por sus mejillas.


 –Se supone que no has de llorar cuando dices que sí.


 –¿Quién lo dice?

 

–No sé. Pero me parece una buena norma –dijo él mientras la estrechaba entre sus brazos–. Lo eres todo para mí, Paula, y por fin he sido lo suficientemente listo para darme cuenta –le había llevado mucho tiempo.

 

–Si tan listo eres, ¿Por qué no te callas y me besas de una vez? – preguntó ella.

 

–Ahora llegamos a la parte buena –respondió Pedro antes de besarla.

 

Y fue muy buena. La mejor de todas. Y se prometió a sí mismo que siempre sería así. 

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