viernes, 23 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 30

 —He dicho que fenomenal… Será completamente imparcial —replicó ella sin mirarlo, con la más dulce de las vocecillas.


Pedro hizo una mueca y se esforzó por recuperar su interés habitual en las fluctuaciones del mercado de valores. La presencia del abuelo supuso un contratiempo inesperado para Paula. Su encantadora sonrisa y exquisitos modales apenas disimulaban el aborrecimiento que sentía por ella y por lo que le había hecho a su adorado nieto. Para Enrique, Paula no solo había insultado gravemente a Pedro, sino que había deshonrado la memoria de Roberto; el que por su culpa se hubiera suspendido la boda era una traición que no iba a perdonarle. Su presencia en la casa empeoraba las cosas hasta un punto casi insoportable.


Paula se dedicó a trabajar en cuerpo y alma, esforzándose por evitar tanto al abuelo como al nieto. Se dedicó a examinar paredes, levantar cuidadosamente capas y capas de papel pintado, desclavar moquetas, hacer todo tipo de mediciones, subir y bajar escaleras, y tomar innumerables notas en su cuaderno. Tenía por delante un millón de decisiones que tomar. Una vez hecha la labor de documentación, empezaba el auténtico trabajo, que incluía no solo la restauración sino la redecoración de la mansión, siempre teniendo en cuenta sus características arquitectónicas, los espacios, la luz y mil consideraciones más, entre las que destacaba la importancia histórica del edificio. Era una tarea monumental y, al final de aquel día, no había hecho más que empezar. A las siete de aquella tarde estaba muy cansada y sudorosa, y no tenía la menor gana de enfrentarse ni con Pedro ni con su abuelo. Como no podía permitirse la debilidad de pedir que le subieran la cena a la habitación, optó por una solución de compromiso: le diría a la cocinera que le preparara un bocadillo y un vaso de leche, se lo tomaría en la cocina a toda velocidad y subiría a su cuarto para darse un baño reparador y acostarse. A buen seguro, aquella noche dormiría como un tronco. Estaba cansadísima.


La cocinera, una voluminosa matrona de mediana edad que tenía la misma voz que una ratita de los dibujos animados, le preparó enseguida un delicioso sándwich de carne. Paula lo engulló sentada en uno de los bancos que rodeaban la gran mesa de roble; aquella fue su primera comida en paz desde que había llegado a esa casa. En medio de aquella cálida atmósfera, entre los deliciosos aromas de la cena, consiguió incluso relajarse. Durante unos minutos que se le antojaron preciosos, pudo estar segura de que nadie la estaba mirando por la espalda.  Aunque la cena que estaban preparando tenía un aspecto de lo más apetecible, se dijo que no merecía la pena, que si el precio que tenía que pagar por ella era aguantar las impertinencias de aquellos dos hombres, prefería mil veces darse un baño y acostarse, tal y como había planeado. Después del baño, se envolvió en el albornoz y se asomó al balcón. La niebla se había levantado a mediodía, pero se había vuelto a echar a eso de las cuatro. Aunque no era tan densa como por la mañana, podía percibir sus fantasmales jirones a la altura del tejado. Le llamó la atención un movimiento en la piscina, oyó un chapoteo y, fijándose con más atención, notó un movimiento en la superficie del agua. Cuando consiguió acostumbrarse a la oscuridad, vio que alguien estaba nadando. Debía ser una piscina climatizada, pues la noche era realmente fresca. Con poderosas brazadas, el nadador cruzó de un extremo a otro; ella se quedó mirándolo, fascinada. Era un hombre alto y atlético, con un estilo impecable. Cuando inició el segundo largo, la turbación de la joven llegó al límite al comprobar que el joven no llevaba traje de baño. Aunque una vocecita en su interior le decía que no debía seguir espiándola, se sentía incapaz de apartar la vista. « ¡Qué diablos!», se dijo para sus adentros, «Es él el que se expone nadando desnudo. Si alguien lo ve, es culpa de él». 

No hay comentarios:

Publicar un comentario