miércoles, 28 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 40

Contuvo un sollozo, pero no pudo evitar que un par de lágrimas se derramaran por sus mejillas. Aquel beso había sido como una puñalada de culpa y debilidad apuntando al centro de su corazón. Levantó la vista y comprobó que Pedro no había desaparecido todavía.


—Lo que hice no fue algo premeditado —gritó.


Vió que él se detenía por un instante, señal evidente de que la había escuchado.


—Pero lo que usted ha hecho ha sido… —no podía poner en palabras lo que sentía. La violencia del beso todavía la conmocionaba—. Creo que… —gritó, con la voz quebrada—… ahora ya estamos en paz.





Era la primera vez en su vida que Pedro se sentía como una rata. Y, sin embargo, no había sido mas que la víctima de un impulso desconocido. Dentro de poco estaría a solas, preguntándose por qué no podía dejar de pensar en una mujer que solo le causaba problemas, aborreciendo el hecho de que algo se removiera en su interior cada vez que la veía.  Sabía que vestía tejanos y camiseta porque, por su trabajo, podía ensuciarse con facilidad, pero, ¿Tenía que llenar tales prendas con un cuerpo tan perfecto? Su figura era comparable a la de Marilyn Monroe, llena y rebosante como una fruta madura, una figura que casi lo estaba volviendo loco. ¿Casi?, ¿Cómo que «Casi»? No la había «Casi» besado, la había besado. Sin paliativos. Resultaba muy irónico, y sobre todo muy frustrante, pero si no arrastraran todo lo que arrastraban, si simplemente la hubiera contratado para restaurar su casa, ya le habría pedido que saliera con él. En realidad, podría pedírselo, nada se lo impedía, pero no había sido ese su objetivo al llevarla a la mansión. Había herido su orgullo y quería hacerle probar la misma medicina. No tenía ninguna intención de salir con ella. Claro que, hasta aquel beso, tampoco había tenido ninguna intención de besarla. Parpadeó y se frotó los ojos, intentando borrar de su mente la imagen del rostro de Paula. Había tratado de disculparse, de hacer algo más que asaltar su boca, pero no se le había ocurrido nada. Posiblemente porque, en el fondo, no se arrepentía de haberla besado. Una parte de él celebraba aquel beso, se alegraba, se congratulaba de aquel gesto impulsivo.


—Estás loca. Pedro —dijo.


—¿Cómo has dicho, Pedro?


La imagen de Paula se disipó y se quedó perplejo al percatarse de que estaba en compañía de la mujer con la que había quedado. Aquella cita que parecía tan lejana se estaba produciendo ya. Sonrió a la mujer que se sentaba ante él. ¿Cómo se llamaba… María, Mariana, Marisa? Qué más daba.


—No, nada, preguntaba por el filete, ¿Qué tal está?


La mujer sonrió, apoyando la barbilla en las manos.


—Muy hecho, como a mí me gusta.


Pedro tenía que admitir que era muy atractiva. Una rubia de piel suave y con labios llenos y provocativos. Si su radar sexual funcionara adecuadamente, estaría más que dispuesto a aceptar cualquier juego sexual que ella le propusiera. 

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