viernes, 9 de diciembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 76

Dado que iba a hacer más frío de lo que habían pensado inicialmente, el día anterior a la boda habían decidido trasladar el banquete al rancho Alfonso.  Los invitados que no se dejaban intimidar por las bajas temperaturas lo celebraron fuera, detrás de la casa, donde habían colocado varias carpas gracias a Valentina, la esposa de Rafael, y a sus contactos en la industria del cine, donde el uso de carpas en los rodajes era algo habitual.  Los invitados más delicados celebraron la boda dentro e inundaron la casa de cuerpos y de risas.  Al poder elegir, Paula se quedó fuera, donde el cielo estrellado hacía que la velada resultase más especial de lo que ya era. Eso y que la banda de Joaquín Murphy estaba tocando fuera, aunque lo suficientemente cerca de la casa como para que la música pudiera oírse también dentro. Para su sorpresa, en vez de mezclarse con la gente y desaparecer, Pedro se había quedado con ella toda la noche, a pesar de los intentos descarados de varias mujeres por llamar su atención.  En general resultó una velada mágica para ella. Pero hasta los cuentos de hadas terminaban, y aquella velada tenía que terminar también. Tenía que estar en otro sitio después de medianoche.

 

–No paras de mirar el reloj –advirtió Pedro al llevarle otro vaso de ponche–. ¿Hay algo que debería saber?


 Paula había intentado no ser muy descarada al respecto, y no creía que él se hubiera dado cuenta. Pedro parecía ser más consciente de las cosas de lo que parecía.


 –¿Como qué? –preguntó ella inocentemente.

 

–Como que te conviertes en calabaza a las doce. Ya sabes, lo de Cenicienta –sugirió Pedro con una sonrisa. 


Sentía que estaba poniéndose nervioso, preguntándose si tal vez habría malinterpretado las señales después de todo. ¿Estaría ansiosa por abandonar la fiesta y abandonarlo a él también?

 

–No –respondió Paula–. No me convierto en calabaza, pero sí que quiero estar en casa en torno a esa hora para poder dejar el resto de los regalos de Camila debajo del árbol antes de que se despierte. En Nochebuena duerme con un ojo abierto intentando pillar a Papá Noel –le explicó con una carcajada–. Por cierto, ha sido muy amable por tu parte llevarle a Molly un regalo y decirle que era de Papá Noel.


 Él se encogió de hombros como si no tuviera importancia.

 

–Bueno, soy un tipo muy amable.

 

«No tienes que convencerme de ello», pensó Paula. «Siempre he sido tu mayor admiradora».


 –No tenías por qué, ya lo sabes.

 

–Lo sé –la verdad era que disfrutaba haciéndolo–. Hay algo mágico en esa edad, en creer en Papá Noel, en un hombre que les lleva juguetes a todos en una sola noche.

 

–A todos los niños en una sola noche –precisó Paula.


 –¿Qué?


–Has dicho «A todos» –señaló ella–. Papá Noel les lleva regalos a los niños.

 

Pedro frunció el ceño.

 

–¿Está escrito en alguna parte? –le preguntó, con tanta solemnidad que, por un momento, Paula pensó que hablaba en serio.


Y entonces se dió cuenta de que estaba tomándole el pelo, como hacía siempre.

 

–Debe de estarlo –contestó riéndose.

 

–Bueno, pues yo nunca lo he visto escrito en ninguna parte –continuó él como si estuvieran teniendo una discusión filosófica–. Y, hasta que no lo vea, seguiré creyendo que Papá Noel le lleva regalos a todo el mundo.

 

Paula negó con la cabeza.

 

–¿Cuánto vino y cuánta cerveza has bebido esta noche? –preguntó.

 

Pedro se quedó mirándola unos segundos. El sonido a su alrededor pareció esfumarse cuando le dijo:

 

–Lo suficiente para poder ver las cosas con más claridad que de costumbre.


 Estaba alargando aquello un poco, pero Paula sabía que al final acabaría haciendo un chiste. 

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