miércoles, 21 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 22

 —Que me llames Pedro —inmediatamente dirigió su atención hacia la puerta. Ella siguió su mirada y descubrió que entraba un camarero llevando un plato humeante en la mano, lo que la puso aún más nerviosa. ¿Es que el señor Alfonso pensaba cenar con ella? Entonces, ¿Habría preparado su entrada para estar seguro de que lo hacía con un retraso insultante? Otro camarero seguía al primero empujando un carrito—. Insisto en que me llames Pedro —repitió su anfitrión alegremente.


Incómoda, Paula se dió cuenta de que esperaba que, en reciprocidad, ella le diera también la posibilidad de tutearla, cosa que no se sentía capaz de hacer. Psicológicamente, llamarlo de usted la ayudaba a mantener las distancias. Había pensado en él como «Pedro» a secas cuando estaban preparando la fallida boda. En sus fantasías solía pronunciar frase como: «Quiero presentarle a mi marido, Pedro», o «Pedro, cariño, muchas gracias por las flores», y también «Pedro, cielo, pásame la leche». Qué ridículo e infantil se le antojaba todo aquello después de conocer al tal Pedro en carne y hueso, y darse cuenta de que no tenía nada que ver con el hombre alegre y cariñoso que su abuelo le había descrito, de que no era más que un ser rencoroso y vengativo. Tutearlo le parecía demasiado íntimo, y más después de haberle dado calabazas y de darse cuenta de que no era más que un tirano engreído. No quería ni pensar en ello, pero la verdad era que el simple hecho de pronunciar su nombre removía el sentimiento de culpa con el que llevaba bregando desde el día de la boda. Tal vez había sido ella la única culpable de despertar a la bestia vengativa que él llevaba en su interior. Podría ser incluso que hubiese sido un hombre moderadamente gentil y atento hasta llevarse el chasco de que ella lo rechazara. Sin embargo, y por mucho que le doliera, no podía hacer nada al respecto: había roto el compromiso y eso no tenía solución posible. Lo que más le dolía era la forma tan brusca en que lo había hecho, apenas justificable, ni siquiera teniendo en cuenta lo afectada que estaba por la muerte de su abuelo. Se sentía incómoda y enfadada a partes iguales, tanto consigo misma como con él, por haber consentido seguir adelante con aquella historia del matrimonio de conveniencia. No, nunca sería capaz de llamarle por su nombre de pila, ni aunque pasaran un millón de años… Sabía que ese gesto solo serviría para conjurar incómodos recuerdos que prefería olvidar. Al terminar la cena, frente al café que les sirvieron en un juego completo de plata, Pedro volvió a la carga:


—¿Y cómo prefieres que te llame yo a tí?


—Eh… Pues… —Paula tuvo que dominar un acceso de pánico. En una fracción de segundo, su mente decidió por ella que lo mejor sería cambiar radicalmente de tema y así por lo menos retrasar el momento de abordar aquella espinosa cuestión del tratamiento—. He de reconocer que la decoración años cincuenta no me disgusta en absoluto, he visto casas preciosas en ese estilo. Lo que pasa es que no pega para nada con el ambiente victoriano. Por lo menos, esa es mi opinión, aunque también es cierto que yo soy muy purista. Por eso —continuó, procurando escoger con cuidado sus palabras—, cuando dije que la decoración iba con su carácter, no es que quisiera dar a entender que…


—Sí, sí que lo quería dar a entender, señorita Chaves —la interrumpió Pedro al tiempo que se servía una taza de café—. ¿Quiere un poco más? 

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