lunes, 26 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 35

 —¡Cariño! ¡Baja de ahí a darle un abrazo a tu madre!


—¡Mamá! ¡Estás guapísima! —tenía las mejillas sonrosadas y la mirada brillante. Y parecía estar de mucho mejor ánimo que hacía cinco días, cuando Paula se había ido de Kansas—. ¿Has tenido buen viaje?


—Sí, estupendo.


—Me alegro —la joven se precipitó en brazos de su madre, evitando mirar a Pedro, aunque era plenamente consciente de que estaba tan cerca que podía sentir el olor de su loción de afeitar.


—Pedro es un anfitrión encantador —dijo su madre y, tras besar a su hija, apretó la mano al joven, un gesto que a Paula le pareció tan irreal como un sueño, o, mejor dicho, como una pesadilla—. ¡Un hombre tan generoso! —añadió, dándole un cariñoso pellizco en la mejilla para mayor consternación de Paula—. Hemos tenido una conversación de lo más interesante, parecía como si nos conociéramos desde hace años —se volvió hacia su hija con una expresión que solo se podía calificar de beligerante—. Cariño, no entiendo por qué no quisiste casarte con este amor de hombre —fue su asombroso reproche.


Paula se quedó tan pasmada que no supo qué decir.


—Pedro, cielo —continuó su madre, tan contenta como una niña con zapatos nuevos—, si me dices dónde está mi cuarto, subiré a darme un baño antes de la cena —lo asió por el brazo y le dedicó la más encantadora de sus sonrisas—. Estoy deseando volver a ver a Enrique. ¡Qué hombre tan maravilloso, tan parecido a su nieto! Cómo voy a disfrutar con esta visita.


Paula se quedó petrificada, incluso cuando la pareja salió de la estancia no podía reaccionar. ¿Qué por qué no se había casado con aquel amor de hombre? ¿Qué demonios estaba pasando? ¿Es que su madre se había vuelto loca? A juzgar por cómo la había tratado, parecía que le hubieran lavado el cerebro. ¡Y ella que había creído que podía contar al fin con una aliada incondicional! En el fondo de su corazón, tenía la esperanza de que, una vez lejos de la malévola influencia de aquel moderno Maquiavelo, su madre volviera a sus cabales y entendiera la gravedad de la situación. Una hora más tarde, se cruzó con su madre en la escalera.


—¡Mamá! Creía que querías darte un baño.


—Y ya lo he hecho. ¿Querías acaso que me quedara a remojo, como los garbanzos? —se había puesto unas mallas negras y un jersey azul claro. Con el pelo recogido en una cola de caballo, parecía más su hermana que su madre—. Cariñito —le dijo con aire misterioso—, hay algo de lo que tenemos que hablar.


Paula dejó a un lado el bloc y la cámara.


—¿Pasa algo?


Alejandra asió las manos de su hija y la miró preocupada.


—Tienes que decirme qué mosca te ha picado.


—No te entiendo —replicó Paula perpleja.


—Sí, hija, ¿Qué te pasa con Pedro? 


—No… No sé a qué te refieres.


—Hijita, cuando regresaste a casa y me dijiste que habías anulado la boda, no te dije nada; pensaba, y así te lo dije, que esa era una decisión tuya. Pero ahora que he conocido a ese chico, me pregunto si no te habrás vuelto loca de remate —declaró Alejandra sin ambages—. ¿Qué le encuentras de malo? ¿No es lo suficientemente atractivo para tí? ¿Lo bastante rico? ¿No te parece generoso tal vez, a pesar de haber dado a la mujer que lo dejó plantado ante el altar el mejor trabajo de su vida? ¡Ah! Y de haber pagado todos mis gastos. ¿Es que no te acuerdas de lo mucho que lo quería tu abuelo? ¿Es que todo eso no significa nada para tí? Pues entonces, hija, ya me dirás tú qué es lo que esperas de un hombre.


Paula sabía que su madre solo recurría al sarcasmo cuando estaba muy enfadada o molesta. Y en ese momento parecía las dos cosas. 

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