viernes, 16 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 14

Se quedó mirándolo con aire beligerante, esperando que su agresivo discurso hubiera hecho alguna mella en él.


—Esa ha sido la más cruel de las decepciones, por si le interesa saberlo. Lo peor de lo peor.


Justo entonces vislumbró entre los árboles una mancha de color que no pertenecía a la exuberante vegetación que los rodeaba; instintivamente se volvió hacia allí y se quedó prendada de la maravillosa mansión de Alfonso, que apareció ante ella rodeada de macizos de las más hermosas flores. Cuando por fin se detuvieron ante la puerta, se quedó literalmente sin aliento, experimentando una sensación solo comparable al amor a primera vista. La hermosa mansión victoriana parecía salida de un cuento de hadas, un hermoso castillo de ensueño nacido de la feliz unión del ladrillo, la piedra y la madera. La casa era un auténtico muestrario de los elementos más característicos de la arquitectura decimonónica, sabiamente combinados para crear un efecto de elegancia y distinción insuperables. Además, tenía una cualidad única y encantadora, pues parecía el resultado de un sueño infantil hecho realidad.


—¡Oh! —exclamó, sin poder reprimir su admiración—. ¡Es tan… tan…! —boquiabierta, hizo un gesto con la mano para subrayar el entusiasmo que la embargaba. 


Para Paula, la casa no era solamente un bello edificio de piedra, era casi un ser vivo, con su alma y su carácter, que había conseguido mantenerse a pesar de los años, de la incuria y de los desafortunados añadidos. Tener la oportunidad de salvar semejante tesoro, de devolverle su esplendor original, sería la mayor ambición de cualquiera que se dedicara a su profesión. Sintió un inmenso agradecimiento por la oportunidad que el señor Alfonso le estaba ofreciendo. Estaba tan emocionada que no pudo reprimir las lágrimas.


—¿Qué, señorita Chaves? ¿También la casa la decepciona?


El brutal cinismo de aquella pregunta tuvo sobre ella casi el mismo efecto que un golpe.


—¡Me ha asustado! —exclamó, mientras se limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano, sin importarle siquiera que él la hubiera visto llorar. Había cosas en la vida por las que merecían la pena las lágrimas, y la casa era una de ellas. 


—Creí que usted sabía que yo seguía en el coche —se burló—. Lo siento.


Aquello era lo más opuesto a una excusa que ella había oído en su vida. Se volvió, dándole la espalda ostensiblemente y centrando toda su atención en la casa. Le temblaban las manos de rabia mientras pugnaba por arreglarse la chaqueta y atusarse un poco el pelo.


—Debería sentirlo, es cierto —le reprochó—. Y respondiendo a su pregunta le diré que no, que la casa no me decepciona en absoluto. Es una maravilla, y me conmueve profundamente que el señor Alfonso haya dejado en mis manos su redecoración. Tiene tanta gracia, tanta belleza… En las manos adecuadas, esta mansión puede convertirse en una auténtica obra de arte.


Su acompañante levantó la cabeza, como si algo en la casa hubiera llamado su atención. Ella le lanzó una mirada ofendida. ¿Para qué se habría molestado en intentar explicarle nada? Ni siquiera la estaba escuchando. No era más que un respondón y un maleducado, a buen seguro no entendía nada de estética ni de arte.


—¡Bah! Qué importa —murmuró. Con un gesto señaló el asiento trasero—. Si me abre el maletero, sacaré el equipaje. No quiero entretenerlo ni un segundo más.


—Yo sacaré el equipaje, señorita. 

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