miércoles, 7 de diciembre de 2022

Yo Estaba Aquí: Capítulo 75

  –Si por «Claridad» te refieres a si me doy cuenta de que estás utilizando clichés y yéndote por las ramas, entonces sí. Lo entiendo. También sé que, de los dos, se supone que tú eres la optimista y yo soy el que quiere desanimarte, o cualquier cosa que les guste hacer a los pesimistas para que los optimistas cambien de opinión. Pero no siento nada de eso –insistió–. Aunque sí que me siento un poco confuso, porque nunca me había encontrado en esta situación.


 –Vas a tener que ser un poco más específico, Pedro –le dijo ella–. ¿Qué situación?

 

Pedro se dió cuenta de que ya había hablado demasiado. Se habría reído de no haber sido todo tan irónico. Normalmente tendría aquella conversación con su mejor amiga sobre lo que sentía por la mujer con la que estuviese saliendo en ese momento. Pero, en ese caso, su mejor amiga y la mujer con la que estaba saliendo eran la misma persona, lo cual hacía que todo resultase muy complicado para él. Siempre le había abierto su corazón a su mejor amiga, pero nunca a la mujer con la que salía. Suspiró y se pasó una mano por el pelo, intentando aclarar sus pensamientos. No sirvió de nada. Puso en marcha de nuevo la camioneta, consciente de que Paula estaba mirándolo. Esperando a que continuara. Tendría que aclarar y solucionar ese problema él solo. Más tarde.

 

–No importa –murmuró. Y de pronto se dió cuenta de que estaban prácticamente en la iglesia–. Ya hemos llegado –anunció, dando a entender que no pensaba explicarle lo que estaba pasándosele por la cabeza porque ya habían llegado a la boda de su hermano–. No quiero llegar tarde –añadió mientras salía de la camioneta.

 

Según el reloj de Paula, llegaban quince minutos antes de la hora, pero no pensaba decírselo. Lo último que deseaba era parecer pesada. Iba a hacer todo lo posible por seguir siendo su mejor amiga… Tal vez incluso mejor que eso.  «¿Y qué?», pensó. «¿Va a quedarse tan embobado contigo, con lo maravillosa que eres, y se va a emocionar tanto en la boda de Federico que te va a pedir matrimonio? Despierta y anticípate al rechazo, Paula. Solo así podrás sobrevivir». Pero sabía que no quería sobrevivir. No sobrevivir sin más. Quería ser su mejor amiga y la mujer con la que se acostase por las noches… o al menos la mujer con la que desease acostarse. «Sigue soñando», le dijo la molesta vocecilla de su cabeza. Probablemente aquella fuese la mejor manera de describirlo, pensó mientras entraba en la iglesia junto a Pedro. Un sueño. Eso era lo único que tenía y lo único que tendría jamás.  Daba igual lo mucho que deseara que fuese de otra forma. Pedro Alfonso no era de los que se casaban. Él mismo se lo había dicho algunas semanas atrás, cuando Federico anunció que pensaba casarse con Sandra en Nochebuena. Le había dicho que consideraba que sus hermanos estaban renunciando a su libertad uno tras otro y que pensaba que Federico era el último bastión de la soltería. Tras la caída de Federico, él sería el último abanderado. Los abanderados no se casaban, no cuando se consideraban a sí mismos el epítome de la soltería. Además, de todos era sabido que Pedro se divertía mucho estando soltero y siempre disponible. ¿Qué hombre que disfrutara de todo aquello iba a querer renunciar a ello por una mujer? Sabía cuál era la respuesta. Ningún hombre. Al menos, Pedro no. Y en realidad no podía culparle por ello.  Lo cual significaba que se limitaría a disfrutar de aquel interludio que tenía con él, sin expectativas, sin esperanzas y sin ataduras.  No era más que eso: maravilloso y, sin duda, fugaz.  Con eso en mente, se levantó del banco de la iglesia al oír los primeros acordes de la Marcha nupcial. Y, mientras la escuchaba, trató por todos los medios de contener las lágrimas que inundaron sus ojos al darse cuenta de que aquella canción nunca sonaría para ella. 

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