viernes, 30 de diciembre de 2022

Serás Mía: Capítulo 44

Desanudó el cinturón y dejó que la bata cayera a sus pies. Se tiró de cabeza describiendo un arco perfecto. No en vano había pertenecido al equipo de natación del instituto. Sintió una gran impresión al entrar en el agua, pero se alegró. El agua fría conseguiría tranquilizarla, se dijo, y emprendió una loca carrera para alejarse de la visión que la atormentaba: Pedro y su amiga haciendo el amor. El agua le acarició la piel, pero Paula trató de no pensar en que aquella sensación era solo un pálido substituto de lo que realmente deseaba: Las poderosas y diestras manos de Pedro deslizándose sobre su piel, reconociendo su cuerpo, una sensación que había sentido por un instante breve y milagroso.


—Hola, ¿Cómo está?


Paula oyó la voz justo cuando iba a dar media vuelta para empezar otro largo. Pero la llamada de Pedro la desconcertó tanto que se desorientó y tragó un buen montón de agua. A continuación buscó el borde de la piscina sin dejar de toser y escupir.


—¿Quiere que la ayude?


Ella negó con la cabeza y lo miró con un ojo cerrado. Se habían olvidado de apagar las luces, así que lo veía con claridad. Estaba arrodillado casi al borde de la piscina. Se había quitado la corbata y llevaba la camisa desabrochada. Se había echado la chaqueta al hombro y la sostenía con un dedo, lo que le daba un aire al mismo tiempo informal y principesco. Llevaba el pelo revuelto, como si se hubiera dado un paseo en el descapotable o, lo que debía coincidir con la realidad, su amante se hubiera pasado una hora acariciándolo. El conjunto hacía un efecto seductor y provocativo.


—¿Le gusta nadar de noche? —preguntó Pedro con una sonrisa llena de humor.


Paula se apretaba contra el borde de la piscina por puro recato, aunque se temía que era tarde para ocultar nada que él no hubiera visto ya.


—¿Qué se cree que está haciendo? —preguntó con voz ronca—. ¿Cómo se atreve a espiarme cuando estoy… Cuando estoy…? —no se atrevía a pronunciar la palabra.


—¿Desnuda? —concluyó él, enarcando una ceja. 


Aunque el agua de la piscina estaba muy fresca, Paula sintió que la recorría una oleada de calor. Lo raro fue que el agua que tenía alrededor no se evaporase.


—Supongo que, puesto que está en su casa, se cree con derecho a espiar a la gente.


Pedro apoyó el codo en la rodilla y le dirigió una mirada muy extraña.


—En realidad, creía que se trataba de una compensación.


—¿Cómo dice?


¿De qué demonios estaba hablando?


Pedro indicó con la cabeza una zona que quedaba casi a oscuras.


—Estaba ahí sentado cuando ha aparecido usted y se ha desnudado junto al trampolín.


Paula se estremeció.


—Creía que quería compensarme por todas esas noches que se ha asomado a la ventana mientras yo nadaba.


Ya no había ningún motivo racional para que el agua no comenzara a hervir.


—Oh, Dios mío…


—No creo que esas noches sus pensamientos fueran precisamente para él. Para Dios, quiero decir —bromeó Pedro.


Su manera de actuar era intolerable. Era él quien la había estado espiando, pero pretendía que fuera ella la que se sintiera culpable. Paula, por su parte, no podía dejar de pensar en que él había pasado muchos minutos contemplándola, desnuda… Se metió debajo del agua para calmar el rubor de sus mejillas. Tardó en emerger, pero él seguía allí. Maldito fuera por siempre. 

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